Al PP entero se le hace la boca agua cada vez que Puigdemont descorcha su labia independentista en Waterloo, lugar apto para gente aguerrida desde que en 1815 Wellington arrodillase a Napoleón y aquello le reportase un obelisco en Dublín. Feijóo no aspira a tanto, se contenta con una repetición electoral que le pueda exonerar de una oposición que desgasta más que el poder, como en su día le espetó Andreotti a Guerra, aunque éste se la prescriba ahora a Sánchez si ha de pactar una amnistía a la catalana.

Aznar se ha puesto a la cabeza de la manifestación, literal, resucitando el Basta ya contra ETA. Si todas las comparaciones resultan odiosas, ésta por partida triple: primero porque el catalanismo en todas sus graduaciones se reivindica sólo mediante la política, guste más, menos o nada; y después porque él llamó a aquella banda “movimiento vasco de liberación” (sic) en el transcurso de sus negociaciones en Suiza y además la manoseó en los atentados del 11-M pretendiendo el beneficio electoral de su sucesor Rajoy. El PP persiste en la política de brocha gorda en Catalunya, ahora con protestas contra una eventual amnistía con la misma estrategia frentista de las firmas contra el Estatut, el inicio de un procés que acabó con las urnas en la calle mientras Rajoy se fumaba un puro. Y todo ello invocando el Estado de Derecho una sigla insumisa a la Constitución al negarse a renovar el Poder Judicial y que cogobierna comunidades y ayuntamientos con quien aspira a abolir las autonomías, al margen de sus tintes xenófobos, misóginos y homófobos.

A Sánchez se le ve sereno pese al coro de felipistas carpetovetónicos a los que el PP se suma gustoso para crear un ambiente irrespirable enarbolando el radicalismo declarativo catalán, exacerbado por la rivalidad cainita de Junts y ERC. Sánchez dice lo justo pero no será presidente al precio de la autodeterminación y para nada asegura una ley de amnistía antes de su investidura. Y se intuye que como tipo osado hasta la temeridad –recuperó el PSOE y anticipó elecciones cuando en ambas ocasiones lo habían enterrado– no dudará en activar un plebiscito entre él o Feijóo, yendo a por todos los votos ajenos al PP y Vox, si no otea la Moncloa sin más que un compromiso de ahondar en la plurinacionalidad del Estado. Veremos.

A peor iría seguro Euskadi en tal contexto de aún más envilecimiento político en España en un marco preelectoral propio que precisa de debates constructivos basados en soluciones viables a los problemas reales. Justo lo que procuró el lehendakari, con autocrítica pero sin catastrofismos, en el Pleno de Política General ante una oposición obligada a censurar al Ejecutivo pero también a plantear propuestas sólidas. La imperiosa necesidad de reimpulsar Osakidetza y atenuar las subidas de los precios, como principales compromisos de Urkullu hasta el fin de la legislatura, emplaza a abordar un contraste serio entre proyectos de país cimentados en un autogobierno que desarrollar con alianzas coherentes para una gestión estable del bien común sobre los pilares de la cohesión social y la pujanza económica. Veremos también.