luis Rubiales era un cadáver desde hace días. Por mucho que, chulesco y arrogante a más no poder, se encargara hasta en cinco ocasiones de proclamar a los cuatro vientos que no dimitiría en aquella vergonzosa Asamblea que retrató las miserias del fútbol español, su suerte estaba echada. Acorralado y sin apoyos, su dimisión era una simple cuestión de tiempo. El ya expresidente tenía la opción de haberse marchado con algo de decoro, pero cuan macho ibérico se ha despedido matando y aludiendo a que poderes fácticos impedirían su vuelta. Como muchos intuíamos, ha sido un cobarde hasta el último día. Otra cosa no se puede esperar de alguien con un comportamiento tan barriobajero y protagonista de toda clase de escándalos ante los que nuestros gobernantes han hecho la vista gorda. Su discurso en este país ha sido repudiado por una amplísima mayoría y, por ello, ha concedido la exclusiva en Londres –más que una entrevista, lo llamaría sesión de baño y masaje– a un periodista conocido por sobrepasarse con publicaciones en las redes sociales sobre personajes femeninos conocidos. Lo sonrojante del caso es que todos sus palmeros se resisten a hincar la rodilla. Rubiales se ha ido, pero su espíritu aún sigue vivo en una Federación plagada de vividores.