No es por ser un plasta, pero tengo que recordar que el verano laboral, aquél determinado por las semanas de asueto y vacación, está a un paso de quedar atrás. Con el mes de septiembre, la actividad retomará su curso habitual o, al menos, eso es lo que debería ocurrir en las empresas e instituciones de bien. No obstante, también hay quienes, aún con el curso iniciado, se toman su desempeño laboral al ralentí, sin más presión que la necesaria para que la máquina de cafés sea capaz de elaborar con cierta desenvoltura vasos con un contenido homologable a un expreso de barra de bar. Sin ellos, sin esa extirpe de trabajadores pachangueros, sería imposible entender la escala social imperante, que excluye al común de los mortales de los privilegios de la vagancia estructural. En ella hay elites seculares capaces de llenar la saca haciendo mucho de nada, y durante tantas décadas como las necesarias para asegurar una jubilación de oro. En fin, supongo que al leer estas líneas habrá nombres y apellidos recurrentes que se repitan en el imaginario común de los que, por desgracia, sí que tenemos que dar el callo y que envidiamos con malicia ese status de haragán endémico en ciertos ambientes.