Renunciar al poder cuesta y así lo está demostrando Luis Rubiales, que se está aferrando a la presidencia de la RFEF con tácticas tan ruines e inverosímiles como una huelga de hambre de su madre (ingresada ayer en el hospital) o la búsqueda de apoyos entre periodistas de la extrema derecha como Alvise Pérez. La persecución y extorsión que está sufriendo Jenni Hermoso está siendo voraz y no seré yo quien juzgue si el beso fue o no consentido. Para eso está el testimonio de la futbolista y, de ser necesario, el criterio de los jueces. Lo que tengo claro es que Rubiales, salga o no victorioso de esta sucia guerra, no puede seguir siendo el presidente de la RFEF bajo ningún concepto. El beso no ha sido más que la punta de un iceberg cargado de escándalos como las comisiones con Piqué por la Supercopa de Arabia Saudí, el acoso denunciado por la directora general del sindicato Futbolistas ON o el viaje recreativo a Nueva York pagado con dinero de la Federación. Para sumar hierro al asunto, su tío Juan Rubiales aseguró ayer a El Mundo que su sobrino montó una fiesta en Salobreña camuflada como una reunión de la RFEF con chicas de 18 años. Lo define como un “machista y arrogante con actitudes de Torrente”. Un personaje así no puede mandar en el fútbol. Al menos en un país decente.