En mi vida. Jamás antes. Nunca. Esa es la cadencia temporal con la que me había empeñado hasta la fecha en el cuidado intensivo de otro ser humano y en asumir su bienestar. En mi vida. Jamás antes. Nunca. Así ha sido hasta la llegada de mi bebé el mes de agosto de 2022. Con él, la vida me ha cambiado de manera fundamental, y no ya por el esfuerzo que implica atender las necesidades de un recién llegado a la vida, que es hercúleo y trufado de todo tipo de preocupaciones y sinsabores ligados a la falta de pericia y a la experiencia nula de un padre primerizo, sino por no poder obviar que ya no soy el más importante de mi propia vida. En fin, supongo que estas reflexiones extemporáneas para este pequeño espacio literario no son más que una señal de maduración personal, que ya iba siendo hora después de décadas de tarambanismo y de escurrir el bulto para no asumir otras responsabilidades más allá de las laborales. Me dicen quienes me han precedido en las labores de la paternidad que lo que llega a partir de ahora no es más que el inicio de una aventura vital repleta de amarguras, dolores de cabeza y todo tipo de dificultades. No lo dudo, pero por lo vivido estos meses junto a mi bebé, sé que merecerá la pena sufrirlas.