No me vayan a entender mal, porque soy un firme creyente del teorema que asegura que el ser humano ya se ha cargado el equilibrio del planeta que como especie le tocó en suerte en la rifa cósmica y que ahora solo queda recoger los frutos de su inconsciencia. Olas de calor, sequías prolongadas, incendios de aúpa, tornados donde no toca y cuando no toca, granizadas tamaño manzana... Existen las suficientes evidencias como para estar seguros de que las actuales extravagancias de la meteorología obedecen a siglos de acumulación de desprecios por el medio ambiente. Hasta ahí, ningún reproche. Ahora bien, asumir como cierto que en verano en Écija no tendrían que estar rozando los 40 grados unas cuantas veces entre los meses de julio y agosto me parece complicado de aceptar. Supongo que el clima se ha puesto de moda y requiere de una atención mediática que va mucho más allá de la realidad cuando no es necesario informar sobre ninguna tragedia o modificación conspicua en las leyes físicas que rigen la Naturaleza. Que el cambio climático va a devastar buena parte del globo terráqueo no tiene por qué chocar con el sentido común y la mesura, aunque estas no entiendan de prime time, audiencias o ratings.