Se han comprado unas botellas de un vino específico para la comida de mañana, uno que le gustaba de manera especial a uno de los viejillos que ya no va a estar más en nuestro amado templo del cortado mañanero. Aquí a los que se van para los restos a Villa Quieta se les recuerda bebiendo, incluso aunque sea dedicando un día temático a la salobreña como nos sucedió una vez. Terrible. Es más que probable que la sobremesa dure lo suyo, es decir, que los presentes se vean la bajada desde la tele, lo cual es divertido porque tendremos a los viejillos despotricando varios días por la retransmisión. Si nuestro amado escanciador de café y otras sustancias no acaba hasta la coronilla, es posible que haya una merienda-cena cuando empiecen a aparecer familiares de los abuelos. El 4 es uno de los pocos días al año en el que muchos vienen al local, entran e incluso se piden algo mientras preguntan: ¿ya se me porta bien este?. Porque las fiestas son eso, momentos para compartir un poco de jodida alegría más allá de agendas oficiales, actos protocolarios, conciertos, txarangas... Falta nos hace. Un servidor les será infiel un año más para comer con amigos y amigas, pero sobre todo para estudiar en profundidad cuántos sombreros y de qué color tengo que comprar después de las seis.
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