Paradoja a la española: el que ha ganado –subiendo 48 escaños, hasta 137, y en 3 millones de votos– hoy no puede gobernar y el que ha perdido –creciendo un diputado, hasta 121, y en un millón de sufragios– lo tiene complicado. Tan difícil como que el que puede posibilitar la gobernabilidad pide de salida un referéndum de autodeterminación y la amnistía general para los encausados del procés, doble exigencia que ninguna presidencia española aceptará tal cual. Si Sánchez amarra primero los 171 escaños más factibles –con los 31 de Sumar, 7 de ERC, 6 de Bildu, 5 de PNV y 1 de BNG–, luego necesitará algún voto afirmativo entre los 7 de Junts. De inhibirse esta sigla, y desterrada así la repetición electoral, Feijóo accedería a la Moncloa al concitar 172 diputados con los 33 de Vox, el de UPN y el de Coalición Canaria. El sueño húmedo de las diestras. Vaya por delante la absoluta legitimidad de Sánchez para reeditar la presidencia española si lo acaba consiguiendo. Pues desde la perspectiva aritmética la desventaja en porcentaje de voto del PSOE respecto al PP se limita a 1,3 puntos, apenas 330.000 sufragios, y en el contexto además de una democracia parlamentaria donde gobierna quien reúne más apoyos en la sede de la soberanía popular. La esperanza de Feijóo para forzar la abstención del PSOE consistía en que la adición de esta sigla con Sumar como entente gubernamental quedara por debajo del PP, pero sin embargo esa dupla ha recabado 15 escaños más. Nótese ahora el fariseísmo colosal del PP reclamando para sí el Gobierno de España como fuerza más votada, cuando Ayuso no lo fue en Madrid, como tampoco Moreno en Andalucía, Mañueco en Castilla y León o Guardiola en Extremadura. Y qué patética resulta hoy la apelación de Feijóo a una gran coalición entre “los dos partidos de Estado” (sic), cuando hasta anteayer mismo tildaba al PSOE de referente electoral de Txapote y de amalgama de la anti-España comunista, separatista y filoterrorista, faltaría más. Ese sanchismo que se pretendía abolir en su totalidad. De nuevo paradójicamente, quien se halla en serio riesgo de derogación integral es el propio Feijóo y por Ayuso, a la que ya se la coreó la noche electoral en la balconada del PP. Todos esos palmeros de la lideresa capitalina no entienden una cuestión prepolítica básica, que España no es Madrid en su condición de Estado compuesto, como tampoco asumen la evidencia ideológica de que mientras exista Vox se antoja improbable una gobernanza conservadora. Siquiera porque no se puede pactar a la vez con la ultraderecha recentralizadora y con los partidos periféricos que defienden el autogobierno como pilar de sus derechos históricos, sin entrar al nauseabundo señalamiento de minorías concretas. La diestra hispánica tiene un problema con la diversidad y no hay bañador con que tapar esas vergüenzas este verano. Pues cómo gobernar esta democracia en contra de algunos territorios y colectivos. Por eso el miedo llenó las urnas de alivio.
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