Elegí las vacaciones para iniciar el tratamiento. Parecía un momento propicio para el desenganche pese a algunos fracasos anteriores en parecidas fechas. Esta vez me había propuesto firmemente escapar de su yugo. Llevaba pensándolo un tiempo. Quería volver a perderme entre las páginas de un libro o ensimismarme mirando la vida pasar desde la terraza del chiringuito o bajo la sombrilla en la playa, imaginando las vidas de esos extraños que desfilan ante uno. Huir del postureo y de esa necesidad constante de capturar instantes en lugar de vivirlos y fijarlos en recuerdos. Este verano me había marcado el objetivo de dejar de regalarle horas al maldito móvil. La recta final de una campaña electoral puso a prueba mi fuerza de voluntad. Pero lo estoy logrando. He conseguido rebajar y espaciar las dosis para estar conectado al mundo sin restar protagonismo y atención a quienes tengo al lado. Es triste que muchas veces no respetemos algo tan sencillo. Ha sido clave no llevar el dichoso aparato encima a cada rato, algo que se complicará cuando el trabajo y las rutinas vuelvan a mandar. Pero creo que voy por el buen camino.
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