Curiosas elecciones estas en las que el ganador huele a cadáver y el halo de invencibilidad del perdedor brilla con más fuerza que nunca, y todo por una cuestión de relato. Se creó una expectativa que es la que ahora ha convertido la victoria en fracaso y la derrota en una bola de partido que ha entrado dentro del campo por los pelos. Eso sí, Pedro Sánchez tendrá que ser flexible como un junco para no partirse el espinazo a la hora de intentar conformar mayorías con todos los enemigos de España y de la libertad, y encima con Puigdemont como clave de bóveda. El escenario no podía ser más endiablado, pero si nos aislamos del ruido llegaremos rápidamente a la conclusión de que la única salida factible a este laberinto es ese pacto tan complicado de alcanzar a priori, pero que las circunstancias deberían forzar porque la única alternativa sería repetir las elecciones. El 23J ha sido como esas batallas decisivas que dejan un montón de cadáveres y un terrible desgaste en todos los bandos, sin claros vencedores y con muchos perdedores. Vox se ha hundido, ERC se ha hundido y a Feijóo le clavaron un puñal sus propios correligionarios según salió al balcón a saludar. Y sin tiempo para el descanso, en Euskadi amenazan en el horizonte unas autonómicas de infarto.
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