Dice uno de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero que ya tiene claro qué quiere que sus nietos sean de mayores. Viendo el percal y cómo se están poniendo las cosas, sostiene que la profesión del futuro es la de censor. Afirma, además, que no hace falta estudiar mucho para dedicarse a la cosa. Basta con ser más papista que el Papa y decir que sí a todo lo que se considere que es lo correcto. Bueno, eso, y tener muy claro quién es el enemigo, es decir, todo aquel que no sea gente de bien, signifique eso lo que diga alguien con mando en plaza. Así que ha propuesto que el mayor de sus descendientes, que tiene ya unos pelillos bajo la nariz, pueda hacer sus prácticas en el bar, que es como empezar a aprender a cocinar en un tres estrellas. Claro, en la parroquia ha encantado la idea. Son capaces de poner a prueba al más pintado. Es gente entrenada en sostener una idea y su contraria al mismo tiempo y soltar unos 3.000 tacos por segundo, solo por el mero hecho de tocar las narices y reírse de cualquiera. No lo ve tan claro nuestro querido escanciador de café y otras sustancias, que teme que ante tal prueba de fuego, el joven termine sus prácticas inmolándose por no poder aguantar al personal, lo que no sería descartable conociendo a los abuelos.