Primero llegaron la catapulta y la pólvora, luego los vehículos con motor de explosión y la energía nuclear, y después Internet y los patinetes eléctricos. Ahora, el ser humano ha vuelto a crear una nueva herramienta demasiado peligrosa para su nivel de madurez, y afrontamos por tanto un periodo de incertidumbre hasta averiguar si la inteligencia artificial, que es de lo que estamos hablando, nos va a procurar una mejor vida o nos acabará esclavizando, o nos empobrecerá moral y económicamente, o nos hará enloquecer o directamente nos diezmará. De momento sirve para que la juventud haga sus trabajos escolares sin hacerlos y para ahorrar horas de curro a los programadores, pero como se supone que estos ingenios digitales aprenden en progresión geométrica, parece únicamente una cuestión de tiempo que todo esto se nos vaya de las manos. No necesariamente porque las máquinas nos vayan a someter como en una peli de James Cameron, sino quizá de una manera más prosaica, menos épica, hurtándonos poco a poco las cosas que nos caracterizan como seres humanos, por ejemplo la creatividad o la capacidad de esforzarnos mentalmente. ¿Por qué no? La habilidad para concentrarnos y la paciencia ya nos las robó el teléfono móvil.