Reconvertido nuestro amado templo del cortado mañanero en un udaleku a tiempo parcial, la lista de bajas en los habituales es cada vez mayor. Unos cuantos viejillos, junto con sus adorables nietos, ya han empezado el desembarco de Normandía en el pueblo de cada cual. En muchos casos, son tres veranos sin ir y claro, hay ganas. También de soltar por allí a los querubines y dejar que se rompan la cabeza como antaño, es decir, haciendo el cafre. No hay nada como un niño, una bici y una buena cuesta. Todo puede pasar. Nuestro escanciador de café y otras sustancias está empezando a pensar por primera vez en mucho tiempo en si cierra el txiringito después de fiestas, viendo que el otro día preguntó quién se iba a quedar por estos lares en agosto y solo levantamos la mano los tres tontos que seguro sabemos que vamos a trabajar. De hecho, este verano parece que en nuestro barrio se va a quedar todo vacío. Tenemos bastantes vecinos cuyas familias están al otro lado de Gibraltar. Otros que no han visto a los suyos desde 2019 y, claro, están ya en posición de salida. Por fortuna, parece que el becario –o sea, el hijo del dueño– se va a quedar al final al otro lado de la barra y que tendremos las puertas abiertas aunque seamos dos, pero no el del tambor. l