a actividad institucional local se reanuda en Gasteiz después de haber disfrutado de la romería de Olarizu más extraña que uno se atreve a recordar. Ni sidra, ni talos, ni rosquillas, ni alubiada, ni recorrido ufano por los mojones que delimitan los límites del término municipal de Gasteiz, ni congregación de muchedumbres para despedir oficialmente el verano... Se supone que es lo que toca para tratar de presentar batalla a la pandemia, que ha demostrado ser pertinaz a la hora de multiplicarse e infectar a diestro y siniestro. Sea como fuere, lo de este año va para récord. El coronavirus del demonio ha logrado desvestir todos los hitos tradicionales que marcan el carácter vitoriano en apenas unos meses de incidencia. A este paso, nos vamos a olvidar de todas aquellas costumbres, muy veneradas por unos y odiadas por otros, pero asumidas por todos, que daban forma a la manera de ser y de disfrutar tan peculiar que tenemos los habitantes de este territorio histórico y que, nueva normalidad mediante, se han esfumado del calendario al mismo tiempo que las ilusiones que acostumbran a adornar según qué fechas del almanaque. Desgraciadamente, la realidad es muy tozuda y llega como le toca. Parece evidente a quién le toca adaptarse, ¿verdad?
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