añana puede ser el primer día de un progresivo regreso a lo habitual. No es una vuelta a la normalidad, no, porque en el aire hay un virus que sigue matando a muchos miles de personas cada día y las dudas sobre su evolución nos nublan la razón a la mayoría. Mañana se abrirán más empresas y unos cuantos ciudadanos saldrán de casa para algo distinto que pasear al perro, tirar la basura o hacer cola en el supermercado. Para la economía será bueno, supongo, pero sobre todo se me antoja positivo para la estabilidad mental de la gente. Quién nos iba a decir que llegaría un día en el que nos parecería un lujo tener la obligación de fichar para pasar unas horas fuera de casa. Y no solo por dinero, que también. El coronavirus ha conseguido que nuestras casas luzcan más limpias que nunca y hasta que nos aficionemos a la cocina. También ha reactivado en alguna medida la solidaridad colectiva -los aplausos a las ocho, el ofrecimiento para ayudar a las personas mayores- y ha incrementado nuestra consciencia de fragilidad como especie y de la necesidad que tenemos de preservar sectores como la salud -también la educación- para protegernos. Ahora bien, la vuelta al tajo no es más que un espejismo en el desierto que seguimos recorriendo. El virus sigue ahí...
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