No quisiera ni remotamente despertar al dios de las tormentas, pero desde hace unas semanas, parece que se nos está preparando el alma para encontrarnos con un conflicto bélico a la puerta de casa.

La penúltima amenaza salió anteayer de los labios de Vladímir Putin, como parte de su discurso celebratorio de la victoria en la farsa electoral del pasado fin de semana. “Estamos a un paso de la tercera guerra mundial”, soltó el sátrapa del Kremlin.

Por esos azares que seguramente no lo son, la víspera, la ministra española de Defensa, Margarita Robles, dejaba este titular en el diario La Vanguardia: “La amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente”. Según abundaba Robles, mientras en los países cercanos a Ucrania la población lo tiene claro, en “los del sur no tenemos esa conciencia, pero la civilización puede ser atacada por personas sin escrúpulos como Putin”.

También Gaza

En realidad, la idea no es nueva. Ya se la habíamos escuchado al presidente francés, Emmanuel Macron, que es uno de los pocos dirigentes de la UE que habla sin tapujos de enviar tropas a colaborar con las cada vez más diezmadas y desmoralizadas defensas ucranianas.

Desconozco si las palabras de la ministra tienen una base certificada o si buscan que la ciudadanía respalde el aumento previsto de los envíos de armas y de recursos económicos. Si es lo segundo, se trataría de la utilización de un recurso tramposo. Claro que sería peor que verdaderamente se temiera un ataque ruso sobre el Estado y el modo de comunicarlo fuera una entrevista en prensa.

Y como éramos pocos, también ayer se nos advertía desde el Consejo de Seguridad Nacional, presidido por Pedro Sánchez en persona, de que la matanza de Israel en Gaza (obviamente, no se nombraba así) supone “un riesgo real y directo de aumento de la amenaza terrorista, el extremismo violento y el surgimiento de nuevos movimientos que promuevan una ideología radical y violenta”.

Así lo recoge el informe de este órgano que reúne a los titulares de los ministerios más sensibles del Gobierno español, y de cuyo contenido nos tuvimos que enterar por una filtración al diario El País. Eso tampoco es de recibo.