Coincidencias de la vida, este pasado fin de semana aterricé una tarde en La vaquilla (1985), de Luis García Berlanga. Digo coincidencias porque su desenlace sigue explicando demasiado bien, por desgracia, el devenir político de este trozo de tierra, país, estado o lo que ustedes quieran, que se extiende desde los Pirineos hasta Gibraltar. No hago ningún spoiler a estas alturas: la imagen final de la vaca pasto de los buitres entre las trincheras de unos y otros, en tierra de nadie, al son de La hija de Juan Simón, “ella se murió de pena, y yo, que la causa he si’o, sé que murió siendo buena”. Ahora piensen en cómo hacemos política, cómo gestionamos la responsabilidad pública, ese cuanto peor mejor, ese y tú más, ese conmigo o contra mí... Ahí estaba yo, sesteando un domingo de 2025, pensando por alguna razón que aquella escena me recordaba demasiado al navajeo partidista desplegado en la Villa y Corte, ahora a cuenta del apagón masivo del 28 de abril, hasta que ocurra otra cosa y ya nadie se acuerde del apagón. Están los que parecen lamentar que aquel día las calles no fueran escenario de saqueos, violencia y caos y quienes parecen pensar más en sacudirse responsabilidades. Y luego la ciudadanía, a la que la ministra para la Transición Ecológica ya ha advertido de que este episodio tendrá un coste adicional para el consumidor.