Fraga, de cacería - Un inmenso petrolero se hundía frente a las costas gallegas y no había noticias del paradero del presidente de la Xunta. Transcurrieron muchas horas hasta que se desveló el misterio. “Estaba cazando y volví sin comer”, dijo Manuel Fraga Iribarne, cuando el litoral estaba ya ennegrecido. Habían empezado a desparramarse las 65.000 toneladas de crudo del Prestige. Su casco había quedado agujereado a consecuencia de una tormenta. El 13 de noviembre de 2002 comenzó a desencadenarse una de las peores catástrofes medioambientales que se recuerda… y de las más costosas en términos económicos: la tercera más cara de su época después de Chernobil y la desintegración del transbordador espacial Columbia. En origen, fue un accidente provocado por el deplorable estado del barco, pero las consecuencias fueron tan graves por la concatenación de una serie de pésimas decisiones tomadas por los políticos de la época.
“Lo peor ha pasado” - Según la versión más aceptada, el tremendo error fue no permitir la entrada del buque al puerto de A Coruña. Pese a lo delicado de su situación, se estima que el casco habría aguantado mientras se vaciaban sus sentinas y se evitaba el vertido. Se prefirió, sin embargo, confiar en la providencia y dejar que el monstruo se alejara aguas afuera. “A ver si llega a Groenlandia”, dijo el subdelegado del gobierno español en Galicia al día siguiente de la primera alarma. 24 horas después, el arriba nombrado Fraga dio por concluida la alarma: “Ya ha pasado el peligro más grave”, aseguró ufano. En realidad, ni siquiera había empezado lo peor, que llegó el día 19, cuando las leyes de la física y la endeblez del barco hicieron el resto.
Nunca mais, pero... - El Prestige se partió en dos el día 19 a 250 kilómetros de las islas Cies. Para entonces, el gobierno del ausente José María Aznar (“No voy porque han ido varios ministros”, dijo) seguía quitando hierro al asunto. La teoría aventada era la de “los hilillos de plastilina” del entonces portavoz, Mariano Rajoy. Se esperaba que el petróleo se solidificara en el fondo del mar y quedara allí “como si fuera asfalto”. Bien sabemos que no fue así. Durante meses, el chapapote se fue incrustando por 2.000 kilómetros de las costas de España, Francia y Portugal. El incansable trabajo de miles de voluntarios alivió, siquiera una migaja, el desastre, mientras se instalaba un lema como un conjuro: Nunca Mais. En las elecciones municipales de unos meses después, el PP ganó en prácticamente todos los municipios más afectados por la marea negra. Eso también es historia.