- Hay una enorme tentación, que es tomárselo a cachondeo. Desde luego, lo que estamos viviendo desde hace dos semanas sobre las denuncias de espionaje es propio de serie chungalí de HBO o, más directamente, de las historietas de Mortadelo y Filemón firmadas por el gran Ibáñez. Lo último (quizá lo penúltimo a estas horas), lo de ayer, roza directamente el delirio. En fondo y forma, además. Empezando por esto último, y sin ser conspiranoico en absoluto, canta la Traviatta que un lunes festivo en Madrid el Gobierno español convoque a las nueve de la mañana una comparecencia urgente para media hora después. Obviamente, lo sustancial no estaba solo en lo que iban a desvelar, que de por sí era muy gordo, sino en lo que delata la premura: la noticia de impacto había llegado a alguna redacción y no quedaba otra que la voladura controlada del tremendo bombazo. Daba igual que el precio fuera que Moncloa quedara (¡una vez más!) como Cagancho en Almagro al tener que desvelar que nada menos que el presidente y la titular del ministerio a cuyo cargo están los servicios de inteligencia (o hintelijenzia) habían sido víctimas de fisgoneo a través del tristemente célebre programa Pegasus.
- Válganos el cielo, ¡como si se tratara de vulgares golpistas catalufos o de sus amiguetes bilduetarras, según la nomenclatura al uso en Diestralandia! Se diría que donde las dan las toman o, más bien, que nadie con (e incluso sin) relieve político está libre de ser husmeado por unos perdigueros de vaya usted a saber qué obediencia. Y ahí es donde sigue la broma macabra, porque caben dos docenas de teorías, a cada cual más peliculera pero casi siempre verosímil, sobre quién puede haber ordenado infectar los teléfonos móviles personales de Pedro Sánchez y Margarita Robles. La opción rusa está muy en boga y mola mucho, pero estoy por apostar que si de verdad hubiera estado Putin detrás, no lo habrían descubierto ni a la de diez.
- ¿Y Marruecos, el amado odiado vecino? También cuadra, pero me remito a lo mismo. Los esbirros de Mohamed VI tienen quinquenios acreditados en estas fechorías. No veo al Romerales de turno del CNI descubriendo el pastel. Me es mucho más fácil imaginar a Romerales y a los de su ralea, que son un congo en las cada vez más intrincadas y pestilentes cloacas hispanistaníes, utilizando el juguetito israelí para espiar a sus teóricos jefes y luego traficar con los cotilleos interceptados. Hay mil y un casos certificados de este modus operandi, pero hasta la fecha ningún gobernante los ha parado. ¿Por qué?