- Empezaré recordando lo que decía en esta misma página el lunes nuestro sabio jurídico de cabecera, Juanjo Álvarez: “Si el Tribunal Constitucional anula el primer estado de alarma, estaremos ante una decisión tan extemporánea como irreal. Me parece que el declive del Tribunal garantista sería supino”. Pues ahí lo tienen, ya sobra el modo condicional. Los magistrados que levitan treinta palmos sobre las cabezas de los literalmente pobres mortales han determinado que el confinamiento fue ilegal porque para decretarlo no bastaba el paraguas del estado de alarma sino que debió proclamarse el de excepción. Lo que se pasan por el forro de las togas los diletantes es que tal circunstancia habría supuesto convocar el pleno del Congreso en unos días en que era una temeridad juntar a los 350 diputados más el personal necesario en la cámara. Eso, sin contar el retraso que habría supuesto, cuando cada día estaban cayendo como moscas miles de personas y los contagios se multiplicaban exponencialmente.
- Bastaba una gota de humanidad, otra de lógica y una más de vocación de servicio a la comunidad para comprender que la situación era en sí misma excepcional sin necesidad de meterse a buscar el sexto decimal jurídico o de ponerse exquisito con la burocracia. Lo prioritario era salvar vidas, por más que no les entre en la cabeza o que directamente se la bufe a quienes creen que una pandemia mundial que se lleva cobradas cuatro millones de víctimas y que ha sido demoledora para la economía en general y para los bolsillos más vulnerables en particular no es nadie para interponerse en su misión divina. Nadie espere siquiera que se den cuenta de lo que han hecho.
- Con todo, tampoco pensemos que esto es solo cuestión de supertacañones jurídicos que escrutan el Aranzadi hasta la última coma. Como casi todo lo demás en el gremio judicioso, es un asunto ideológico hasta lo nauseabundo. Y la prueba es que el origen de esta cacicada revestida -manda carallo- de garantismo fue una de esas querellas-bomba de Vox, que ayer bailaba así la conga de Jalisco ante el éxito de su fechoría: “Vox no solo lo rechazó e impugnó [el estado de alarma] ante el TC, sino que Santiago Abascal planteó una moción de censura al gobierno. Todos se retrataron haciéndose cómplices políticos”. Tomen nota los de la acera ideológica de enfrente que, entre lo malote y lo superiormente moral, también están celebrando que se haya se haya fallado a favor del derecho inalienable a la circulación. Pero no el de las personas. Más bien, el del virus.