Tequila fueron sus inicios en la música, allá por la década de los 70-80. Ahora, su trayectoria y su historia de vida nos la cuenta en su libro Yo debería estar muerto, donde entre otras cosas nos habla de cómo él ha mirado a la cara a la muerte en más de una ocasión.
En este libro se ha abierto en canal. ¿Cómo se siente después de haber plasmado sobre el papel tantas experiencias, vivencias...?
-Me siento desnudo. Como si ahora mismo estuviera ante ti en pelotas (risas). Esto uno lo escribe en su habitación, en la intimidad, y no piensa en quién lo va a leer. Es como una canción. Tú haces una canción, luego la oyes y dices: “¿Yo he contado esto en una canción?”. Yo soy una persona bastante pudorosa, pero estás ahí, y te metes en una rueda que es como una especie de reality. ¿Has visto que en los realities se les olvida que están las cámaras?
¿Usted olvidaba quién iba a ser el destinatario de sus palabras?
-En un punto sí. En un punto decía: “Yo no sé si esto lo va a leer alguien”. De hecho, cuando se lo mandé a la editorial, estaba convencido de que me iba a llamar la editora y me iba a decir: “Oye, Alejo, lo siento. De verdad pensé que era una buena idea pero esto es impublicable”. A veces uno tiene esas inseguridades.
¿Un síndrome del impostor a nivel literario?
-Hombre. Yo tengo muchos amigos escritores de altos vuelos y me he criado entre escritores de altos vuelos, y me daría mucho pudor llamarme escritor. Yo creo que es un artículo de entretenimiento el que he hecho. Dudo mucho que sea nominado al premio Nobel de Literatura por este libro, pero lo que pretendo es hacer pasar un buen rato al que lo lea, y creo que eso -por lo que estoy viendo- la gente me dice que sí. Yo no me lo creo mucho, creo que me están engañando (risas).
Ya en el título y al comienzo del mismo libro nos lo deja de todas formas bastante claro. Se ha enfrentado a la muerte en más de una ocasión. ¿La considera casi una compañera de viaje?
-La verdad es que a pesar del título, y a pesar de que la he tenido muchas veces muy cerca -más que la media general-, vivo bastante a espaldas de la muerte. No me quiero hacer su amigo, no tengo una relación estrecha. Hay gente que sí está más en contacto con su muerte, como que la tiene más asumida. A veces gente creyente que dice: “Si total, yo me muero y después voy a otro lugar donde voy a estar muy bien...”. Yo no. Yo creo que cuando me muera voy a ir a un lugar horrible, oscuro y se acaba todo y no hay nada más. Eso me da como un vértigo que prefiero no pensarlo, aunque titulo eso y cuento todo lo que cuento, en mi vida diaria intento vivir a espaldas de la muerte.
De todas formas, ¿cómo se le puede convencer a la Parca para que nos deje vivir, como dice en el libro, hasta los cien años o más?
-No creo que se la pueda convencer, porque cuando ella tiene la decisión tomada... Lo que creo es que a mí me viene como si fuera un defensor del Athletic de Bilbao y yo fuera Messi. Entonces trato de -como se dice en Argentina- gambetear (regatear) a la Parca. Podría ser una frase del Loco Bielsa. Le he hecho unos regates, quizá porque no venía tan segura de lo que quería hacer. Yo creo que el día que venga segura, la regatearé y no podré escapar a ella. Espero que sea después de los cien.
En el libro también nos regala anécdotas. Una que va a sorprender a los lectores es cuando explica que de la canción de Salta la letra no es la original. ¿Nunca llegó a aparecer?
-(Risas). No, la perdí en un cine de Londres. Fui a buscarla y, como venía acompañada de un fajo de dinero, yo creo que la gente de la limpieza dijo: “Si le damos la letra, vamos a quedar en evidencia”. Yo les dije que el dinero se lo podían quedar, que la letra valía mucho más que ese dinero. Y no tengo ni idea de lo que decía la letra. No me puedo acordar y nunca me acordaré. No tengo a quién reclamar porque soy el único que la sabía, la acababa de escribir. Solo sé que estaba “Salta conmigo”. Lo que no sabemos es si con la otra letra habría tenido la misma repercusión.
Vivió años muy bonitos, otros convulsos. De la dictadura tuvo que huir. ¿Cómo fueron los primeros años del rock’n roll en España?
-Era un poco desértico el panorama. No había casi nada y menos cantado en español. Pero, como yo tenía todo ese bagaje del rock argentino, no concebía que se cantara en inglés como hacían muchos grupos aquí. Llegar aquí y ver ese panorama, por un lado fue desolador pero por otro también dije: “Aquí juego con ventaja”.
De esos años nos habla de saltar vallas, noches en calabozos, tocar en la calle... ¿Cuántas noches pasó en los calabozos?
-Creo que fue una. Pero bueno, la verdad es que un calabozo madrileño en esa época al lado de lo que podría haber sido una detención en Argentina, que lo más probable es que hubiera desaparecido, te brindaba una cierta seguridad. Sabías que no iba a acabar la cosa de forma trágica.
Se abrieron un buen camino en ese mundo por explorar aquí en el Estado. ¿Qué le diría a las nuevas generaciones que no han podido crecer con sus letras, ir a sus conciertos...?
-Les diría que hay vida además del reggaeton. Pero bueno, es una batalla que no tiene sentido ni siquiera enfrentarla. Creo que hay parte de la gente joven que es inquieta, curiosa, y le gusta investigar y llega a oír bandas. A veces me sorprendo con gente de 20-25 años que, de repente, saben quién es Leonard Cohen, Lou Reed..., y se saben las canciones. Pero son pocos, y evidentemente cada generación tiene sus referentes, sus estilos, y ahora mayoritariamente aunque el rock sigue llenando estadios, es de gente pasados los treinta. La gente más joven está con el rollo este de lo urbano, y no vale la pena ni entrar ahí a convecerlos de otra cosa, porque es lo que les gusta y les representa.
¿Siente que con la música puede llegar a pasar como con la moda o la comida, música de consumo rápido, que acabe pasando de moda igual de rápido?
-No lo sé. No me considero tan visionario como para darte esa respuesta, porque parecería que sí, que debe ser algo efímero, que no tiene consistencia. Pero hay artistas que están muy bien, con buenas letras. La verdad es que no lo sé. Cuando nombran a Bad Bunny el mejor compositor, la sociedad de autores americana, un título que ha tenido Paul Simon, Stevie Wonder, Paul McCartney... Se lo da a Bad Bunny gente con mucha autoridad en la materia, y dices: “Guau, yo no entiendo por qué se lo dan”. Pero quizá el problema sea mío, y dentro de sesenta años se acuerde la gente de los Beatles y de Bad Bunny. Yo lo oigo y me parece espantoso, pero quizá el equivocado soy yo.
Si hablamos de rock’n roll parecen ir de la mano las expresiones “sexo y drogas”. ¿De dónde viene eso de “sexo, drogas y rock’n roll”?
-No sé de dónde surgió originariamente. Fue una frase que se usaba mucho. Después, Ian Dury sacó una canción con ese nombre, pero ya antes de que sacara la canción, era una frase que daba vueltas por ahí. No sé quién la inventó, habría que preguntar.
De drogas también habla en el libro. Vivió la epidemia de la heroína, cocaína... ¿Cuándo decidió dejar todo aquello?
-Me gustaría acordarme y poder decirte: “Fue el 24 de febrero de mil novecientos no sé cuántos”. No me acuerdo de la fecha, pero sí del momento. Me miré un día al espejo. Uno se mira todos los días pero no ve grandes cambios. Un día me miré y tomé un poco de perspectiva, y de repente me vi muy demacrado, con una cara que no me gustó, y sentí que se abrían los caminos. Había uno hacia la luz y la vida, y otro hacia la oscuridad y la muerte. Podía elegir en ese momento como otra gente eligió. Por ejemplo Julián de Tequila, alguien muy cercano a mí, eligió su opción. Él eligió como quería, un poco a lo Leaving Las Vegas. Es muy respetable, y es una opción también. Yo de momento he tomado la otra, pero nunca se sabe. Quizá algún día tomo aquella.
Hablando de Tequila, ¿cómo fue despedirse del grupo?
-El momento fue duro. Lo pasé mal, me dejó un gran vacío, porque llenaba toda mi vida durante muchos años. Casi no había vida fuera de Tequila, porque estábamos todos los días en actividad. Hacíamos 100-120 conciertos al año, más que grabábamos un disco al año, lo componíamos, ensayábamos y viajábamos, hacíamos promo... Todos los días del año estaba Tequila presente. Y de repente se acabó, y me dejó un gran vacío que fui rellenando.
Como productor también le hemos visto trabajar. Si pudiera trabajar con cualquier grupo o artista, ¿a quién se imagina?
-Me gustaría mucho trabajar con Joan Manuel Serrat. Lo admiro mucho. He trabajado con él hace poco, en un disco de Rosa León. Están todos, Serrat, Miguel Ríos, Sabina, Rozalén... No falta nadie. Y tuve el gran placer de grabar con él. Me encantaría producirle un disco a él.
Aunque, sin duda, una de las anécdotas clave de este libro es el encontronazo con Mike Tyson. ¿Qué hubiera pasado si no llega a salir corriendo?
-No había otra posibilidad que salir corriendo. Sí, fue de coña. La verdad es que parece mentira, que yo cuento eso y dicen: “No te inventes más historias”. Si hubiese sido en un hotel de Nueva York yo habría dicho: “Coño, Mike Tyson”, y habría seguido caminando. Pero era en Cuba y no me lo creía. Por eso me lo quedé mirando. Claro, él cuando levanta la cabeza, me mira y ve que lo estoy mirando fijo, el tipo con su borrachera y su manera de ser dijo: “Este, ¿quién es?”. Claro, si yo digo: “Me quiso pegar Mike Tyson”, entiendo que la gente diga: “Este es un fantasioso”. Por suerte tengo testigos, si no estoy seguro de que nadie me creería. Carlos Tarque estaba cuando Tyson me quiso pegar.
Personal
Alejo Stivel nació en el año 1959 en Argentina. Es compositor, cantante y productor musical, conocido por muchos por haber formado parte de la banda Tequila entre las décadas de 1970 y 1980.
En su libro, Yo debería estar muerto, habla de sus padres, de su familia, de sus amigos, y de todas las veces que se enfrentó a la muerte. Hay anécdotas curiosas, como que perdió la letra de Salta y se la tuvo que volver a inventar, y también habla del exilio, del rock, de la movida madrileña, las drogas y los pasos que le han llevado hasta donde está ahora.