El clima político en torno a la bandera de los derechos de la mujer, con una división abierta entre sectores de la izquierda no ha impedido una movilización exitosa con motivo del 8-M pero sí ha empañado su desarrollo. Como primera reflexión es imperioso consensuar que la causa de la igualdad merece mejor suerte que el mero apunte en el listado de posturas ideológicas de los partidos políticos o los agentes sociales. Un consenso de base sobre los derechos de las mujeres y la necesidad, no ya de preservarlos, sino de implantarlos en demasiadas ocasiones, debe pesar más que la tentación de apropiarse de la movilización asociándola a siglas. No se trata de que cada organización política, social o sindical no tenga derecho a su propia reflexión al respecto y a compartirla, sino de que esto no primer sobre la necesaria unidad obligando a las mujeres, a la sociedad en su conjunto, a elegir bajo qué siglas movilizarse. Como en tantas otras ocasiones, pretender patrimonializar la historia, el compromiso, los éxitos y el sufrimiento de tantas mujeres que han construido a sus espaldas el movimiento feminista y su lucha solo resta. Las polémicas en torno a la Ley de libertad sexual o la ley trans no deberían haber sido el eje de determinadas actitudes en el día de ayer. La legitimidad de las diversas miradas sobre estos y otros asuntos que debate internamente el feminismo precisa someterse al tamiz de principios fundamentales para evitar perderse en el matiz. El reconocimiento de las personas con independencia de sus circunstancias de género no debería interpretarse como una merma en la lucha por alcanzar la igualdad entre mujeres y hombres. Igualmente, la discrepancia normativa sobre la sanción penal al agresor sexual tampoco es la bandera correcta a enarbolar cuando el objetivo último es precisamente unir a una sociedad en torno a la condena de las actitudes machistas en todas sus formas. Decenas de miles de mujeres reivindicaron ayer nuestras calles y tienen derecho a no verse animadas a desconfiar de las intenciones de sus iguales por razón de una divergencia política partidista. Hay quien acecha a este proceso con la intención de impedir el crecimiento de las mujeres y, con él, el de toda la sociedad en beneficio de una ideología segregadora. Que el feminismo no les regale su división.