El Museo Guggenheim, revestido de las escamas de titanio, la piel del Bilbao moderno, se vistió de amarillo, el color que ilumina la ciudad y alumbra Euskadi. Amarillo Tour. Rey sol aunque el día era oscuro. Recibió la capital vizcaina a los astros de la Grande Boucle con el capote gris. El cielo lloroso de Euskadi nunca traiciona.
Se extendió la alfombra roja de las estrellas, que en el Tour es amarilla, el pantone que rige la mejor prueba del mundo. Guiados por ese color. La senda hacia París se colorea con baldosas amarillas. Ese fulgor dio lumbre a la presentación de equipos, a la pléyade de estrellas que darán luz al firmamento de Euskadi con tres días de ensueño.
La fiebre amarilla es contagiosa. Provoca fervor, pasión y algarabía. Son legión los contaminados por el espíritu del Tour, que en realidad es conectar con la bici y con no lugares, como la infancia. Nada concede más libertad que la bici cuando uno se inicia en la vida.
Rebosaba de vitalidad y entusiasmo la explanada del Guggenheim, convertido en el centro del mundo para dar la bienvenida al pelotón del Tour, 176 dorsales repartidos en 22 escuadras. 30.000 voces les aclamaron en todo su recorrido hasta el escenario. Aste Nagusia también con el sirimiri.
La pasarela del Guggenheim, la caseta del gigantesco Puppy, estableció una exposición extraordinaria, un estallido de colorido y de estilos artísticos en la piel de los ciclistas. El museo bilbaino podría plantearse una exposición con los maillots que se desplegaron desde el escenario en el que se presentaron los equipos. Un mundo multicolor.
La emoción de Landa y Pello Bilbao
El minimalismo y la pureza del blanco revistió a Mikel Landa y Pello Bilbao, celebrados como estrellas del rock con txapela (el punto distintivo de la presentación) cuando asomaron bendecidos por Joane Somarriba, reina de tres Tours, la mejor ciclista vasca de la historia. Con el Bahrain llegó el dolor, el luto y el homenaje a Gino Mäder.
Minuto de silencio por Gino Mäder
Hubo un sobrecogedor minuto de silencio en su memoria. “Tengo que soñar con ganar en Bilbao”, dijo Pello Bilbao, arengado por la afición: ¡Pello, Pello! Respondió el gentío. La voz que sonó después fue la de Mikel Landa. “Vamos a intentarlo a tope desde el primer día”, lanzó el de Murgia, que busca el podio. “Mikel, Mikel”, gritó el público.
En el Movistar también optaron por el blanco combinado con el azul. Con ese color se presentaron Gorka Izagirre y Alex Aranburu, pretorianos de Enric Mas, con txapela. El resto optó por una gorra. Les encarriló hacia el escenario Julián Gorospe, otro nombre mítico en el imaginario ciclista vasco.
Estupendas las ruedas a seguir, que homenajearon a la Grande Boucle y a los hombres y mujeres que situaron el ciclismo vasco sobre la pisada gigantesca del Tour. “Sabemos qué afición hay en Euskal Herria y estoy sorprendido con la respuesta de la misma”, apuntó Izagirre.
Vingegaard, a defender el título
Abraham Olano, campeón del mundo en Duitama, fijó el carril para el aterrizaje de Jonas Vingegaard, el campeón del Tour. “Quiero defender la victoria del año pasado. Correr ante este gentío es maravilloso”, dijo el danés de la mirada clara, la piel traslúcida, que recibió la respuesta de una ovación nítida.
Junto a él, entre los componentes del equipo, de amarillo y negro, a modo de un ejército de abejas, sobresalía Van Aert, otro de los imanes de la presentación.
Ninguno, empero, posee la capacidad de arrastre de Tadej Pogacar, dos veces entronizado en París. El esloveno al que le gusta el rap y el rock de los 80 fue recibido como una rock star Desprende carisma Pogacar, feliz y dichoso dominando el escaparate también con la txapela. Se impregnó de Euskadi el esloveno.
El carisma de Tadej Pogacar
“Es especial estar aquí. Joseba (Elguezabal, masajista de Pogacar) me ha dicho que diga: Aupa Bilbao! Aupa Athletic! Gora Euskadi! Eskerrik asko!” gritó. Se siente cómodo en medio de los focos Pogacar, el hombre que pleiteará con Vingegaard para agarrar el Tour por la pechera por tercera vez. Al UAE, también de blanco, le introdujo en escena Iban Mayo, el hombre que conquistó Alpe d’Huez vestido de naranja.
Presencia de Miguel Indurain
El de Igorre también desprendía carisma y clase. Proyectó ese deje en su aparición. Los decibelios subieron con la irrupción de la egregia figura de Miguel Indurain, cinco veces campeón del Tour. Rey de reyes. Un mar de aplausos le acogió.
“Es un placer estar en Bilbao. Que venga el Tour a la puerta de casa hará es un lujo”, apuntó. El navarro cree que “Vingegaard es el favorito, pero he visto a varios corredores en buena forma”.
Van der Poel también arrastró su estilo de rompe y rasga por el escenario. Brutalismo. Otra corriente artística y arquitectónica. Al colosal neerlandés le llevó a rueda David Etxebarria, dos veces ganador de una etapa del Tour de 1999. El nieto de Raymond Poulidor, un ciclista explosivo, se quedó con una atronadora ovación para regalarle los oídos.
La afición se entregó. La marea naranja subía al lado de la Ría. Lo inundó todo. Los Pirineos en la ciudad. Ondeando ikurriñas, ojos ávidos de ilusión, pañuelos amarillos al cuello y aplausos para envolver a cada dorsal con cariño y respeto. La bendición de una tierra que venera a los ciclistas.
Dichosos Fraile y Castroviejo
De la tierra son Jonathan Castroviejo y Omar Fraile, el último vencedor de una etapa del Tour. Aterrizó en Mende, un aeródromo para la gloria. En la pista de despegue de la Grande Boucle, una amplia sonrisa que ocuparía un aeropuerto abrazó a los fans, que jalearon a los dos vizcainos del Ineos. “Espero que disfrutemos todos de estos tres días”, expresó Fraile.
Carlos Rodríguez, Daniel Martínez y Egan Bernal, campeón de la carrera en 2019, fueron vitoreados. La temperatura la elevó su maestro de ceremonias, Roberto Laiseka, el hombre que hizo cima en Luz Ardiden, el bautismo del Euskaltel-Euskadi en la carrera francesa.
Alegre Ion Izagirre
Otro vencedor en la Grande Boucle, el gran Miguel Mari Lasa, capaz de contar dos triunfos, pastoreó la puesta en escena del Cofidis, el equipo de Ion Izagirre. El de Ormaiztegi paladeó la gloria en Morzine en 2016.
“No puedo quitarme la sonrisa de la cara por este recibimiento”, dijo Izagirre, al que también corearon. De rojo y blanco, los colores de la bandera de la villa, Izagirre sintió el calor de los aficionados, entregados a la causa.
El caballito de Sagan
El ciclismo tiene algo de religioso. De misa pagana. De fe que mueve montañas. De entre esas cumbres que festonean Euskadi, Alaphilippe, bicampeón del mundo, supo de ese afecto incondicional. El francés que probó Pike Bidea a media mañana era otro de los astros que brillaban en la tarde, como Peter Sagan, muy celebrado, que entró haciendo una caballito al escenario para realzar todos los colores y diseños que cuelgan de del Tour, que se exhibió en el Guggenheim.