Olvidada la angustia, la penuria y el rostro enrojecido por las rampas del paso del Bracco, donde el Alpecin tensó para destensar a Merlier, azorado, el velocista belga jugaba con su colgante dorado, una bici en miniatura que mordisqueaba. Había regresado el sentido lúcido y el sosiego al cuerpo de Merlier.

Ewan, el cohete de bolsillo, también suspiró después de la exigencia de la montaña que servía de bisagra en un día a través de las bondades de Liguria, de la promiscuidad de su belleza rimbombante, escandalosa y gritona.

Demasiado evidente para no clavar los ojos en esa cascada onírica, un videoclip de hermosura. Alguien dijo que hay tres cosas que no se pueden esconder: la riqueza, la tos y la belleza. Italia es ostentosa en belleza. Eso cegó a los esprinters, demasiado pendientes de su ombligo. Reyes pasmados.

El narcisismo les pudo. Esperaban otra pose en la orla del triunfo. Solo tenían ojos para ellos mismos. No adivinaron el desenlace porque no lo imaginaron, tan pendientes de sus perfiles en el espejo. Se reflejaron en la derrota. Se rompió el encantamiento.

En el espejo de la victoria sonrió Benjamin Thomas, el fugado, de estreno en la vitrina del Giro, aunque el francés conocía el terreno. Vice cerca de Lucca junto a su pareja italiana. Nada más bello que una bonita sorpresa: el regalo inesperado que dejó el triunfo de Thomas, el mejor del cuarteto de jazz que improvisó una jam session magnífica para quebrar la orquesta del esprint, desafinado el paso marcial. El logro de Thomas fue un acto de fe. Creer hasta vencer.

Las victorias de los vencidos son las mejores. Los aventureros cambiaron la partitura de un día que amaneció para una llegada masiva, para una manifestación de los velocistas. Thomas, Valgren, Pietrobon y Paleni lo impidieron. Una noticia estupenda. Aire fresco frente a lo prosaico. Gloria y honor para ellos.

Un gran fuga

El cuarteto compartió 86 kilómetros de ilusión y expectativas contra la maquinaría del sistema. La rebeldía y la disidencia se impuso. Resquebrajaron el orden establecido. La acción, intrépida, valiente, pudo con el esnobismo del pelotón, con la condescendencia y el desdén. Thomas, fenomenal su último esfuerzo para batir a Valgren –que tras estar cerca de la retirada por una grave lesión era feliz en el retorno– y Pietrobon, honró el ciclismo que no se pliega ante lo que se supone. Rebelión.

Esa fuerza interior le concedió una victoria memorable. Los cuatro, hermanados, mosqueteros, derribaron a todo el pelotón, retratado por su indolencia. Se quemaron jugando con fuego. Ardieron los velocistas. No conviene despreciar la esperanza.

El Giro camina con alegría y donaire, encantado de haberse conocido. Un adonis. Hasta el tren que transporta el trofeo Senza Fine se viste de rosa. Por esas vías enlazaron su esfuerzo Bais, Geschke, Askey y Tarozzi hasta que el pelotón quiso. Ahí comenzó la carrera de los errores y los aciertos. El relevo de la aventura lo tomaron después Thomas, Valgren, Paleni y Pietrobon. Escena repetida hacia el esprint que se imaginaba en Lucca.

El encanto de la elegante mundanidad con salida al mar, abrochado por playas de arena fina, abrazaba la carrera. La vista no tenía prisa ante semejante espectáculo, un paraíso. Además del paisaje, derrochón en regalos, están los tesoros arquitectónicos y artísticos. Italia posee el 30% de ellos. Una bacanal.

Pogacar, completamente de rosa, de arriba a abajo, de norte a sur y de este a oeste, parecía un personaje digno del Carnaval de Viareggio, uno de los más reputados de Italia, salvo que el genio esloveno no necesita disfrazarse para parecer el mejor.

El Giro rozaba la que durante siglos fue el único acceso de Lucca al mar. Thomas, Valgren, Paleni y Pietrobon mantuvieron su empeño, el oleaje que horada la roca. Animándose con los codos. La cadena de relevos y la solidaridad compartida por quienes querían cambiar el orden establecido mandaba en el diálogo a cuatro.

Un duelo magnífico

El esprint parecía la única salida, pero nunca se sabe qué pasa con los dados que tira la vida. En ocasiones la banca salta. Los crupiers de los equipos de los velocistas no querían que girara demasiado la ruleta de la suerte. Equivocaron el cálculo. Afinaron la vigilancia y presionaron. En esa dinámica hubo algunas caídas. Nada grave. Rasguños y quejas.

Montemagno, el último escollo, serpenteaba entre un verdor frondoso, un friso de naturaleza decorado con árboles en su plenitud observando la caza, aún vigente el pulso entre quienes soñaban con lo imposible y los que preferían que se impusiera el sentido común. La imaginación contra el cálculo. La poética frente al Excel.

La panorámica, evocadora, tiraba de Thomas, Valgren, Paleni y Pietrobon, febriles en su búsqueda de Lucca, tanto que se alteró el pulso entre los que perseguían, conscientes de que la cacería se estaba complicando en exceso por la altivez y la condescendencia de conceder tanto carrete a un grupo con dos rodadores excelsos como Thomas y Valgren.

Paleni y Pietrobon también empujaban con fuerza. No caerían. Tendrían que derribarles. No pudieron con la fortaleza de los locos maravillosos, con su fuerza interior, con su autoestima y dignidad. Hirvió el Giro en un persecución estupenda y veloz que elevó a la gloria a los fugados. A su espalda ardió la hoguera de las vanidades. Thomas prendió la rebelión en Lucca.

Giro de Italia

Quinta etapa

1. Ben Thomas (Cofidis) 3h59:59

2. Michael Valgren (Education First) m.t.

3. Andrea Pietrobon (Eolo) m.t.

4. Enzo Paleni (Groupama) a 3’’

5. Jonathan Milan (Lidl) a 11’’


General

1. Tadej Pogacar (UAE) 19h19:15

2. Geraint Thomas (Ineos) a 46’’

3. Daniel Martínez (Bora) a 47’’

4. Cian Uijtdebroeks (Visma) a 55’’

5. Einer Rubio (Movistar) a 56’’