Desbocado, en estampida, como si de una huida hacia ninguna parte se tratase. Así transita el ciclismo moderno que rompe los récords de velocidad media sin desmayo. No hay paz para los ciclistas, envueltos en el torbellino del frenesí, la adrenalina y el riesgo para correr más que nadie. Todo se pelea, hasta la raya de un paso de peatones. No existe una competición menor, un punto de relajo. 

A Eddy Merckx le llamaban en El Caníbal por su voracidad extrema, por su ambición desmedida a la hora de correr. De ahí, que un día esprintó como alma que lleva el diablo cuando vio una pancarta que él creía que era una meta volante. La pancarta en cuestión era un eslogan de apoyo al Partido Comunista. La anécdota retrata al personaje.

En el ciclismo actual los favoritos actúan con ese mismo espíritu. Lo quieren todo y ante nada se detienen. Ese efecto contagia al resto del pelotón, donde la presión cada vez es mayor. Todos quieren estar delante cueste lo que cueste y la tensión se eleva muchísimo, una espoleta para que el mecanismo de las caídas se active. La Itzulia está siendo víctima de esa fiebre, de esa carrera alocada, donde todos presionan y los manillares se abren paso embistiendo. Ciclismo salvaje.

Durísima caída

La grave caída de ayer en el descenso de Olaeta, donde se dañaron de gravedad Jay Vine, Sean Quinn, Steff Cras, Jonas Vingegaard o Remco Evenepoel, ha reactivado el debate sobre la seguridad. La lupa se ha fijado sobre la curva que desató el drama. Las imágenes de los cuerpos retorcidos de los ciclistas fueron tan gráficas como duras. El tiempo de baja de todos ellos será prolongado como se desprende de la gravedad de sus lesiones. Se estima que Vingegaard necesitará diez semanas para reaparecer; Evenepoel, unas ocho; Jay Vine, doce; Quinn, seis y Cras no menos de ocho.

El foco se puso sobre el asfalto, irregular por las raíces de los árboles que lo hacían botón y en la escapatoria de la curva, con una acequia y varias rocas sobre la hierba, bajo los árboles. El desenlace pudo ser aún peor.

Con varios ciclistas aún hospitalizados y el mal cuerpo instalado sobre la carrera, Julián Eraso, director de la Itzulia, dio su punto de vista sobre el tremendo accidente que dejó la competición sin los grandes favoritos. Ese factor ha sobredimensionado el impacto generado por una caída sumamente grave. 

“Estamos consternados”

“Lo de ayer se puede llamar un accidente de carrera porque es parte del ciclismo, pero fue lamentable. Estamos consternados”. Eraso explicó que “esa carretera es ancha. Donde se produjo el accidente era una bajada fácil. Una curva a derechas que estaba señalizada. Fue un despiste, un frenar a destiempo, seguramente, y se fueron al suelo los de la parte de la izquierda”. 

Reivindicó Eraso que esta edición la Itzulia cuenta con un recorrido más seguro que en el pretérito. “Este año tenemos carreteras mucho más seguras que otros años, pero a veces la seguridad juega en contra y cuanto más seguros, es cuando más corren los ciclistas. Todo se une”. 

En un ciclismo al galope, Eraso apuntó que “nadie va a frenar para que el otro le pase.La velocidad es excesiva y a mí me está dando miedo la velocidad a la que van Los líderes iban uno detrás de otro, porque están compitiendo a muerte. Cuando cayó uno fueron todos detrás. Con consecuencias nefastas para la salud de los deportistas”. Para el director de la Itzulia “la salud es lo más importante y lo que más nos preocupa”.

Curva bien señalizada

Esa idea que trasladaron desde la organización la ofrecieron otras fuentes consultadas por este periódico. “La curva estaba bien señalizada. Lo que pasa que cuando ocurre una caída así, se mira todo más y la gente se fija en los alrededores y es cuando se comenta lo de las rocas o la zanja, pero si bien el asfalto era irregular, no era una curva especialmente peligrosa”.

“El problema es que se va rapidísimo. Todo el mundo sabía que una vez terminara el descenso se iba a subir a fuego, que se iba a romper el pelotón, y todos querían estar delante. Eso provoca que la tensión sea mucho mayor y que se vaya a tope. Todos quieren estar delante”, destacan estas fuentes. En esa lucha por la cabeza, los ciclistas exprimen los límites. 

Autocrítica de los ciclistas

Pello Bilbao, líder del Bahrain, reflexionaba tras la etapa asegurando que tal vez sería necesario mirarse en el espejo y hacer autocrítica para mejorar la seguridad. “Nosotros creamos la tensión y arriesgamos, aunque la curva era peligrosa. Yo me dejé ir para atrás porque sabía que ahí había peligro. Creo que nos tenemos que replantear si tenemos que tomar tantos riesgos”. 

El exceso de velocidad es un factor determinante para Jon Barrenetxea, ciclista del Movistar. “Cada vez vamos más rápido y las bicis y el material se desarrolla para correr cada vez más”. “Hoy en día tenemos programas para conocer al detalle los recorridos y sabemos en qué punto hay riesgo y cuáles son los puntos clave en los que hay que estar atentos. Para llegar a esos puntos determinantes bien colocados, nadie frena en el pelotón y el peligro cada vez es mayor”. 

Alta tensión

En ese escenario, con los líderes protegidos por todo el equipo, cuando no hace tanto eran dos ciclistas los que acompañaban a los sus jefes de fila, se multiplica el número de corredores que quieren estar en primera fila. No hay espacio para todos y eso implica una lucha sin cuartel por la posición. Las caídas son más numerosas porque hay más gente implicada. 

“Cada vez se va más rápido y no son pocas las bajadas en las que se adelantan unos y otros, rompiendo la ley no escrita del mantener la posición en todo el descenso. Eso, por ejemplo, no se respeta ahora y no hacerlo multiplica los riesgos. Se frena menos. Cuanto más se arriesga, el peligro crece y se producen más caídas, además a gran velocidad”.