La postal de Cogne, insertada la montaña en los Alpes, era una fantasía de la naturaleza, un Edén, exuberante la cascada, turgente el verdor, la foresta lujuriosa que festoneaba las rocas, pero en su tuétano exprimía cada gramo de fuerza. Cogne olía a hierro en el pasado. Oxidaba lo cuerpos. Los hacía viejos. El legado del trabajo. Corazón minero. Una montaña dura por los precedentes, por la fatiga acumulada, acentuada por el bochorno. En su tiempo, Cogne fue un importante centro minero de extracción de hierro. Las montañas se suben bajando a las entrañas del ser humano. De ahí se arrancan las fuerzas. Del centro de la tierra. Ha mutado el puerto en la Perla de los Alpes. Alta joyería.

Al escaparate accedió Giulio Ciccone, trabajador infatigable cuando Juanpe López fue líder. El italiano, que pretendía brillar en la general, tuvo que ponerse el buzo de mahón durante varios días. Pico y pala. Se le quedó el espíritu obrero impregnado en la piel. Con esa conciencia de clase asaltó el cielo de Cogne en solitario. El italiano lanzó las gafas al aire. Quería ver bien su gesta y que nada nublara su visión. También llorar sin barreras. Bienvenido al Gran Paraíso. Rompió a llorar Ciccone. Feliz. Emocionado. La sal de las lágrimas se confundió con el salitre del sudor que le tatuó. Ciccone, aliviado, libre, lloró su felicidad. "Ha sido mi victoria más bonita", se sinceró Ciccone, tantas Lunas sin ganar.

Minutos más tarde, el tesoro del Giro lo custodió Carapaz con los porteadores del Ineos. Castroviejo y Porte eran los sherpas que abrían huella para el líder, en carroza. A la espalda del ecuatoriano se enfiló el Bora de Hindley. Todo ordenado. Landa, penitente en Superga, resopló. Pello Bilbao tampoco torció el gesto. Después del infierno del sábado, convenía una caricia en la antesala del día de descanso y de la monumental semana que espera.

Son tantas y tan poderosas las cumbres que afilan sus aristas, que la tregua, el pacto de no agresión, contentó a todos. El Giro se resolverá en el calvario de los colosos. Solo se rebeló Guillaume Martin, que lijó más de un minuto para incoporarse al top ten. Los nobles prefirieron descansar. Nadie probó al líder. Todo quedó igual. Tablas. Solo una caída ligera, como una pluma, amenazó a Carapaz, que tachó el día lejos de cualquier sofoco por fuego enemigo.

SUSTO PARA CARAPAZ

Se magulló Carapaz, el hombro marcado y la rodilla ensangrentada, tras caer en el arcén, alfombrado con césped. Las caídas no respetan a nadie. Son caprichosas. Arbitrarias. No hay estatus que valga. El líder tocó la cuneta en un enganchón en la panza del pelotón. Afortunadamente solo le quedó el escalofrío del susto, el cambio de bicicleta y el recordatorio de que nadie es inmune. El Giro que le elevó al atar en su travesía estupenda a través de Superga y la Maddalena, le recordó la insoportable levedad del ser.

Continuó Carapaz en carrera tras desempolvarse el costado izquierdo al encuentro de las montañas. Porque en el Giro, los fines de semana, no son para campamentos ni excursionistas. Aguardan los rascacielos, las moles. Hacia el Valle de Aosta bufaba una fuga enorme, de 26 dorsales después de los fuegos de artificio del amanecer, crepitante. El Giro corre sobre brasas en un mayo bochornoso. Claustrofóbico calor.EL INEOS MARCA EL PASO

Capitulada la ascensión a Pila-Les Fleurs, se destacaron Van der Poel, siempre inquieto, Bouwman y Tusveld. Bouwman cedió. Le recogieron Ciccone, Pedrero y Buitrago en la subida dura de Verrogne. A Van der Poel le dolía cada metro. Se fue derrumbando por dentro. En el pelotón, el Ineos dispuso su método. Los costaleros cuidaban de Carapaz, su santón, sin que se les alterase el relieve del sistema nervioso.

Después de la caída, su idea era que no sucediera nada extraordinario que dañara al ecuatoriano. Almeida manejaba otro criterio, pero no se descapotó. Se encogió la ambición en un día aplomado por el calor, pegajoso, espeso el aire, estancado. Se agrietaba el asfalto, abierto por la vejez y la presión de las temperaturas.

CICCONE REMATA LA FUGA

El destino final era Cogne, a 1.544 metros de altitud, en el corazón del Parque Nacional del Gran Paradiso. Ciccone, Pedrero, Buitrago, Tusveld, Carthy y Rui Costa mezclaban los intereses entre paisajes hipnóticos, estupendos, bucólicos y pastoriles. Pero las montañas del Giro no son para la contemplación. Requieren el corazón. A veces, el alma. Altares para el sacrificio. Pirámides naturales. Despiadadas. Desmesuradas.

Ciccone se activó en el primer trago de Cogne, el más duro. La criba. Después, el puerto amainaba sin apenas murmullo. Carthy abrió la boca. El inglés, desgarbado, se soldó al italiano, correoso, agitador. No paró Ciccone. Carthy se desfiguró. Buitrago se le subió a la chepa. Quiso atrapar a Ciccone. El colombiano perseguía al italiano, que no miró atrás. Ciccone solo quería verse ganador. Por eso tiró las gafas. Desencadenado, se personó en Cogne, feliz y emocionado, el corazón reverberándole el sentimiento, las lágrimas inundándole los adentros. Encontró al fin la paz el italiano. Gloria para él. El minero Ciccone extrae oro del Gran Paraíso.