La Plaza de los Héroes. Desde ese lugar tan solemne e histórico se puso en pie la rampa de la crono de Budapest, la primera consulta con el reloj del Giro de Italia, apenas 9, 2 kilómetros y un final de mentón elevado tras un transito revirado, con 23 rizos. ¿Qué hacer cuándo uno tiene que salir de un paraje con semejante peso en el imaginario colectivo? Serlo o intentarlo. Uno puede ser héroe al menos por un día. Lo cantó David Bowie en su himno Heroes. Lo fue Simon Yates. Otro inglés, como Bowie. Yates, que anunció en la París-Niza su hiperbólica mejoría contra el crono, levitó en el Giro. Héroe por sorpresa. Inesperado. "No esperaba esta victoria", asumió.
Ni el salvajismo de Van der Poel, el líder que sigue siéndolo, ni el vuelo inspirador y rehabilitado de Tom Dumoulin, la Mariposa de Maastricht, pudieron encapsular el tiempo de Yates, prodigiosa su actuación. Fue el mejor entre los que buscarán el trono en Verona, aún lejano. Yates es segundo en la general. Dumoulin, tercero. Avisan. En el reloj las distancias fueran cortas. Cargó con 5 segundos a Dumoulin, con 28 segundos a Carapaz, con 33 a Landa, con 26 a Pello Bilbao, con 24 a Bardet y con 18 a Almeida. Solo Superman López se quedó fuera de plano y concedió 42 segundos. Salvo el registro extraordinario de Yates, el reloj comprimió el Giro, aún embridado en Hungría.
Los héroes del día a día, los ciudadanos, los descamisados, fueron mayoría bajo el reloj, que solo ofrece un laurel. Son pocos los que trascienden a la historia, los que son capaces de inscribir sus nombres en los panteones de la memoria. El Giro se cincela en cada golpe de segundo. Hay que extraerlo de las entrañas de la tierra, de las grandes montañas, al igual que Miguel Ángel dio a luz al David desde los adentros del mármol de Carrara. Golpe a golpe. De la piedra, el genio arrancó la eternidad, un concepto que atraviesa el tiempo. Yates completó una obra magna martilleando los pedales como un poseso. Persigue, obsesivo, el Giro. Se le escurrió en la Finestre, el día que Froome emuló a Coppi y se le achicó el pasado curso, cuando no pudo domesticar a Bernal.
BILBAO Y LANDA SE DEFIENDEN
En ese hábitat de soledad vigilada por el reloj, embutidos los cuerpos en monos a medida y retorcidos sobre bicicletas con ángulos imposibles, no cabe otra que completar un acto de supervivencia. El lenguaje de los héroes. Las cronos exigen lo extraordinario. A Landa no le gustan. Le hacen gesticular. Le sacan las muecas. En la rampa, el de Murgia mordió el aire como si le molestará la correa del casco. Luego jugueteó con los acoples. Los tics de los nervios y la molestia de las cronos. Landa ofreció su mejor versión y relajó el rostro. Le brotó una media sonrisa, la estampa enigmática, como la de la Gioconda.
Pello Bilbao, de ciclamino, el color propiedad del Giro más allá del gran rosa, compareció con el gesto serio y concentrado. El gernikarra completó una buena actuación, pero se cayó de la tercera plaza que lució en el estreno. Es noveno en la general. El vizcaino concedió 26 segundos. Siete menos que Landa. Una buena actuación para el gernikarra, enfocado como Landa en los salones de la nobleza del Giro, concentraos aún los favoritos en una baldosa.
Kämna, que fue el primero en dispararse en la víspera en el repecho donde se sublimó Van der Poel, el rosa, colocó un registro serio en la corona de Buda, del repecho que apuntillaba la crono. Una marca a tener en cuenta sobre los adoquines brillantes. El púrpura tintinea en Budapest. Hungría ha invertido nueve millones de euros para acaparar la Grande Partenza del Giro. Tres por etapa. La crono subrayó a Simon Yates, de repente convertido en un excelso contrarrelojitsa y se ensañó con López, que no acaba de cuadrarse ante las leyes del reloj.
DUMOULIN Y YATES
Matteo Sobrero tomó la silla de mando. Bajo la mirada del Bastión de los Pescadores, con sus siete torres que homenajean a los jefes de las tribus magiares, pescó Dumoulin, revitalizado tras tiempos de zozobra y semiclandestinidad. El neerlandés, imperial su pose, fue el primero en afeitar los 12 minutos. Su ejercicio, espléndido le llevó a una marca fantástica: 11:55. Daba la impresión de que el neerlandés había hecho las paces con su pasado y que había alineado su presente para ganarse el futuro.
La alegría le duró a Dumoulin unos jadeos. Trataba de recuperar la respiración cuando sonó el disparó de Yates y ese caminar pizpireto y despreocupado por el ascenso de 1,3 kilómetros. El inglés, un explosivo colibrí, rebajó la dicha de Dumoulin. Le cortó las alas a la Mariposa de Maastricht. Fue cinco segundos más rápido. Nadie fue capaz mejorar la superlativa actuación de Yates. Tampoco le capturó la bestia rosa de Van der Poel, tan excesivo y enérgico. Se escapó el inglés por tres segundos. Héroe por un día, Yates da la hora en el Giro.