asta 2008, Juanjo Narvarte Nalda -“Juan José sólo me llama mi madre cuando ha pasado algo gordo”- no se enganchó al pádel como los de Teruel al amor. Hasta las trancas. “Ahí vi una oportunidad, un camino, un hueco laboral”, reconoce. No se le daba mal, conocía a gentes del oficio y se dijo: “yo también”. Por entonces, en las descubiertas de Mendizorroza, los Ron, García-Ariño, Richar, Fernando Gómez de Segura... formaban el entorno referencial y de influencia del pádel alavés, en el que Juanjo tomó la determinación de hacerse un hueco. Dos años después realizó el curso de Monitor Nacional. Desde entonces el pádel ha sido su vida, su carrera, la manera de entender la vida y el vehículo desde donde se muestra como profesional y como persona. Los primeros pasos los daría en los cursos municipales y “algunas clases sueltas”. En 2013 entró en MPC de la mano de Tomé, Gabriel Pérez y Champi; “fue mi primera gran experiencia, la más seria y comprometida”. A partir de ahí, desde ese momento, el profesor Narvarte, gasteiztarra nacido en julio del 71, encontró el hueco por el que colarse al futuro.

Antes que otras cosas ha sido tenista, por encima de todo, desde que cogiera la raqueta con siete años, en el Club de Tenis Cantabria de Logroño, cuando José Mari, el padre, empezó a batirse el cobre con los cuñados. El tenis y los Narvarte son como los Nadal en Mallorca. Toda la vida pegados a una pista. El padre es el máximo exponente de este deporte en Mendizorroza y la madre, Lucía, lleva las riendas del tenis provincial, al frente de la Federación, los últimos tres lustros. “Mis primeros años como deportista me llevaron a competir a todos los grandes clubes del País Vasco”, cuenta Juanjo. Moro, Pipi Ron, García Ariño en Álava, Alejo Mancisidor y Óscar Viana han sido gente con los que “no he parado de competir durante toda mi vida”. Monitor, entrenador y profesor en el club de Mendi, 9 años en Laudio, “en cuya escuela, me jacto, pasamos de controlar de 6 a 148 niños”. Una maravillosa locura que convirtió el Polideportivo de Gardea en un centro de práctica y rendimiento “donde tuvimos que empezar de cero al no haber ni red”.

El pádel es un deporte “mucho más sencillo”, confiesa, “fácil de aprender y muy fácil de practicar”. Lo difícil llega cuando parece que lo dominas, “es ahí cuando te estancas”. En un mes ya estás al día. Sin embargo, el tenis, “si no tienes base, olvídate”. Como en el resto de las disciplinas, los nuevos tiempos, han significado un profesionalismo absoluto, y como tal “tratamos de hacer comprender a los niños que, sin trabajo y mucho esfuerzo, también fuera de las canchas, conseguir algo es una quimera”. Este admirador de Juan Martín Díaz -“jugador de muñeca increíble, una mano privilegiada y reflejos de lince”, se identifica con él-, admira a Álvaro Rodriguez “porque es talento puro”, a Alex Garayo “porque lo multiplica por condición y físico”, a Eneko Arija “porque le pone trabajo infinito y madurez desde pequeño”. Pero Alvarito... “es pura música”. Hasta hace bien poco, el pádel era un deporte amateur practicado por virtuosos. Hoy, además de en la pista, “hay que trabajar en el gimnasio, cuidar la alimentación y contar con un equipo alrededor que te permita sobresalir”.

Este chaval, un cincuentón, ficha en el BAKH-entró en septiembre de 2014 sustituyendo a Eduardo Simal- junto a un equipo en el que también figuran los Cabo, Ernesto y Carlos, Iván Uriarte, Álvaro Rodríguez y Gary Suarez. El club Play Pádel se beneficia de ello; aprender a su lado lo hace todo un poco más fácil. “No hay muchos como él”, opina Íñigo Roa, presidente del club, “es un crack como técnico, en sus clases aprendes un montón y te diviertes”. Como jugador, “¡vaya!” añade con ironía, “le puede el gesto del tenis, pero no le juegues a la volea”.