- La noche del viernes una pesadilla recurrente sacudió el sueño de Landa. El viento le barría. Se lo llevaba del Tour a rastras. Ese pensamiento le taladra desde entonces cada recoveco de sus adentros. Le persigue hasta Laruns, en la desembocadura de los Pirineos antes del día de descanso. No le deja en paz. "Me atraparon los cortes provocados por el viento. Pasé muy mala noche. Aquel fallo de 1:21 me penaliza ahora, porque en los cuatro días de alta montaña entré en el primer grupo de los aspirantes al título". Sin la herida de los abanicos, que le mutilaron, Landa sería tercero en el Tour después del encuentro con los Pirineos, donde el alavés compartió escenario con los mandatarios de la Grande Boucle. Landa, ligero en las montañas, aletea con la misma fuerza que Primoz Roglic, el nuevo líder de la carrera, Egan Bernal y el insolente Tadej Pogacar, vencedor en la secuela pirenaica, otra jornada de alta tensión. El irreverente esloveno, que también fue damnificado el día de autos, es el único que ha aventajado a Landa entre las cumbres. En realidad, solo Pogacar fue capaz de romper los eslabones de la cadena que atan el Tour en corto, en un vis a vis. Esa caravana de líderes estimula a Landa, décimo en tras el recuento pirenaico. "No voy a descartar nada desde aquí hasta París, como subir al podio". Eso sueña Landa, que encuentra aliento en las montañas. Son sus aliadas.

Entre las montañas apareció la niebla, el telón húmedo que cubrió de electricidad el camino abrupto a Laruns. Un día traslúcido, que arrancó con cruz de navajas, desabrochadas las camisas de fuerza en la segunda oleada por los Pirineos. Plomizo el cielo, el aire destemplado, cargó de munición los revólveres. Piernas con pólvora, dispuestas al tiroteo. En ese ambiente de alto voltaje, a una brazada de la jornada de descanso, elevó el mentón Marc Hirschi, el más loco entre los locos. Maravilloso el suizo. Honor para él. La victoria de los vencidos fue suya. Hirschi, Castroviejo, Fraile, Gaudu, Reichenbach, Warguil, Formolo, Kämna, Daniel Martínez bajaban la cremallera a la niebla. También Pinot, conmovedor su esfuerzo tras su desplome en Barès. El francés era un poema melancólico en una paraje de nubes encajonadas prensadas por las montañas. Una postal inspiradora. El suizo se agigantó en la subida a Hourcère. En sus rampas anestesió al resto. Cogió el macuto. Hombre libre. Aru, preso de sí mismo, abandonó. El italiano, deshabitado por dentro, dejó el Tour. Saronni, uno de los jefes del Emirates, le vapuleó en público en un ejercicio de crueldad. "Aru nos ha decepcionado. Tiene problemas psicológicos. No tiene carácter. Su inclusión en el Tour, que quería a toda costa, ha damnificado a Pogacar", dijo a la Rai. El Jumbo dispuso la torre de control para que Pogacar no dañara a Roglic. Van Aert, Gesink y Kuss pusieron a dieta el pelotón para medirse a los muros eternos del Marie Blanque, un asesino de voluntades con silenciador. Buchmann padeció los latigazos del Jumbo. Torturado, el alemán no pudo resistir el traqueteo del tren neerlandés. Al infierno. La Santa Inquisición.

Inmersos en el paredón, Hirschi, valeroso, padecía. Entre los favoritos hombreaban en una danza espasmódica. Yates, el líder, tuvo que dimitir. Demasiada agonía. Enrocados los nobles, tensos en su cuarteles de invierno, surgió la ambición ilimitada de Pogacar en lo más rudo del Marie Blanque. El esloveno se agitó. Espuma de champán. Día de feria. Pogacar es una carga explosiva. Mecha corta. El futuro es hoy. Retumbó el esloveno en la garganta del Marie Blanque, donde costaba tragar saliva. Roglic se sacudió y alcanzó a su compatriota. Con él, Landa y Bernal. Después Porte. Quintana, Bardet, Urán, López y Guillaume Martin se desconcharon. Apergaminadas sus piernas ante el empuje del póquer de ases. La timba cruzó las miradas de Landa, Roglic, Bernal y Pogacar. Tensa calma. El joven esloveno se aburría en ese laberinto de bizqueos. Se encorajinó. Otra vez la cresta arriba. Roglic, Landa y Bernal le esposaron. No le concedieron más de un palmo.

Hirschi dobló la cumbre con 17 segundos sobre Roglic y Pogacar, que en su pleito por obtener la bonificación de la cima, cruzaron sus bicis. El exaltador de esquí se posó primero. Otra bonificación a la saca. Es líder gracias a ellas. Pogacar salvó la caída tras hacer el afilador. Ambos se excusaron mutuamente. Landa y Bernal, sin premio en el segundero, observaron la escena antes de que formasen una escuadrilla en el descenso. Hirschi era un kamikaze enamorado. Un funambulista del riesgo. El suizo no era territorio neutral. Puro arrebato. Landa, Roglic, Bernal y Pogacar hablaban por los codos. Se entendieron con los gestos. Mímica de campeones. En un Tour que no escapa del segundero, hicieron causa común para meter piedras en la mochila de Quintana, Bardet, Martin, Urán o López. Todo cuenta en un Tour claustrofóbico. Ululaban las sirenas de persecución por las faldas del Marie Blanque. Un thriller maravilloso. Hirschi, heroico, buscaba el Nirvana. Roglic, Landa, Pogacar y Bernal corrían pensando en París. Enric Mas se congelaba cuesta abajo. Una vez acomodado en el llano, la fatiga apolilló a Hirschi. Al suizo le perseguía, obstinado, el generalato del Tour. A dos kilómetros del final, fue capturado. El helvético tomó aire tras una etapa en apnea, buceando esfuerzo, buscando lo imposible. Lanzados los cuatro fantásticos del Tour, el segundo plato de los Pirineos se resolvió en un asunto de velocidad. Los esprints de las montañas. Landa, diesel, perdió foco al instante. A Bernal no le fue mejor. Descartado. Hirschi soñó con ganar, pero se quedó cortó después de ser el primero en disparar. Le derrotó la fatiga y el duelo entre eslovenos. Pogacar evidenció el empuje del joven insolente que es, vencedor en Laruns. Roglic se pintó de amarillo Tour, el primer líder esloveno de la historia. El ciclista alavés busca su hito, el podio, tras su paso por los Pirineos. Mikel Landa revive cuesta arriba.