Vitoria - Hay quien lo considera una extraordinaria operación de negocios en lugar de un acontecimiento deportivo. Otros sacan a colación aquel combate de junio de 1976 en el que el gran Muhammad Ali se enfrentó en Tokio al luchador local Antonio Inoki, uno de los pioneros de las artes marciales mixtas, en un combate ante más de 12.000 personas que, dicen, fue la piedra sobre la que comenzó a construirse el actual boom de las MMA (mixed martial arts) -aquella pelea inspiró a dos discípulos de Inoki a la hora de fundar en 1993 Pancrase, promotora japonesa que años después sirvió de ejemplo para el nacimiento de Pride, adquirida en 2007 por la estadounidese Ultimate Fighting Championship (UFC), empresa que ha convertido este deporte en un producto de consumo mundial y en una maquina de generar millones de dólares-. Puede que las dos corrientes de opinión tengan algo de razón, pero no del todo. Desde que en julio de 2015 el luchador irlandés Conor McGregor reconoció en el show de Conan O’Brien que le encantaría medirse en un ring con el boxeador estadounidense Floyd Mayweather, la posibilidad de convertir en realidad el combate entre las dos grandes estrellas de ambas modalidades deportivas se había convertido en un sueño para infinidad de amantes de los cuadriláteros y octógonos. Tras meses de durísimas negociaciones, ayer quedó definido que la pelea, bautizada ya como The Money Fight, tendrá lugar el próximo 26 de agosto en el MGM Grand Garden Arena de Las Vegas.
Sobre el ring colisionarán dos mundos, dos rivales de primerísimo nivel -Money, de 40 años, lleva retirado desde que en septiembre de 2015 batiera a Andre Berto, ha sido campeón del mundo en cinco categorías distintas y jamás ha perdido un combate, con un balance de 49-0 a la altura del mítico Rocky Marciano; The Notorious, 28 años y actual campeón de los ligeros, fue el primer luchador de UFC en poseer los cinturones de dos categorías al mismo tiempo y presume de 21 victorias en los 24 combates que lleva disputados, con 18 K.O.-. Y alrededor de ambos, una maquinaria perfectamente engrasada para una pugna que aspira a generar 1.000 millones de dólares, prácticamente el doble del Mayweather-Pacquiao de hace dos años, que se movió ya en unos históricos 540 millones. Se espera que se fulminen plusmarcas en cuanto a contrato de televisión, pinchazos de pay per view, apuestas y precios de entradas. También de impuestos.
El contrato de la velada establece que la cantidad que ganará cada contrincante será secreta. También que el combate se llevará a cabo bajo el formato y las reglas de una pelea tradicional de boxeo -límite de 70 kilos- y que habrá severas sanciones si se utilizan codazos, rodillazos y patadas, lo que disminuye considerablemente las opciones de McGregor, que tendrá que olvidar su agresivo estilo de luchador de MMA y regresar a sus orígenes adolescentes de boxeador puro. Bajo estos parámetros, no es de extrañar que las apuestas se decanten descaradamente (11 a 1) por Mayweather sin importar su edad ni sus dos años de retiro. Con las mismas reglas para ambos rivales, se evitará que se repita aquel esperpéntico Ali-Inoki. El japonés se pasó el combate en el suelo, tumbado boca arriba en posición defensiva, y agitando las piernas para castigar con patadas bajas a un Ali que solo conectó seis puñetazos durante toda la pelea y acabó con dos coágulos en las piernas. The New York Times tildó el combate, declarado nulo, como el peor de su carrera.