apeldoorn - El Giro de Landa, sin saberlo, comenzó en aquellas carreras de a ver quién llega antes a Oro, su santuario, una cuesta de aúpa para cuando uno es bisoño y las bicicletas, la primera la heredó de algún primo, no dejan de ser un juguete o tal vez un Rocinante con el que cabalgar a lomos de la imaginación en verano. “Lo subíamos todas las semanas”. Oro era el Mortirolo de la infancia de Mikel Landa y sus amigos en Murgia, un pueblo sereno, apaciguado entre montañas, hasta que lo congela el invierno. En sus alturas, en las aceras blancas de nieve y en las chimeneas humeantes del calor del hogar, Mikel se hizo de fuego. Ciclista incandescente. Impredecible. Arrebatador. Directo. Punzante. Insolente. Rebelde. “Seguro que mi yo sale por algún lado”, sugiere Mikel Landa, que habla como corre, -“soy lo que se ve”, se describe sin necesidad de interpretes- en la antesala del Giro que despierta hoy en Holanda en una rampa de contrarreloj. No es el mejor escenario para el murgiarra, peleado con las manecillas del tiempo. La exactitud, el orden, no va con los impulsos, con un ciclista que funciona a empellones. “Soy consciente de que las contrarrelojes me van a penalizar. Tendré que ir un poco a contrapié, pero quizás eso sea bueno para mí. Ir al ataque va con mi carácter”.
Ese Landa a toque de corneta se enrosca en la carrera italiana con la intención de ganarla después de que el pasado curso se quedará en el tercer peldaño de Milán alimentando una hipótesis: ¿Y si su equipo hubiera apostado por el murgiarra en lugar de fiar la carrera alrededor de Aru? “Me quedo con la cosa de qué hubiera podido pasar o hasta dónde podría haber llegado. Eso se me quedará ahí siempre. Pero también es bonito que la gente diga: Mikel hubiese ganado el Giro, haber creado esa expectativa”. Esa idea, pensar en lo que pudo ser y no fue, elevar la esperanza a ese nivel después de pelearse con Contador, vencedor final, reconforta a un corredor que inició el Giro en Astana como secundario, apenas un figurante, y lo resolvió con dos triunfos extraordinarios y el podio antes de abrir la chequera del Sky que observó en Landa el ciclista capaz de pintar de rosa la vitrina británica.
Landa, “que es como es”, dicen en su entorno, “el corredor atípico”, que describe Miguel Indurain, se presentará en la planicie holandesa, nada menos sugerente para un corredor que adora las montañas, para medirse a un reto majestuoso, conquistar la carrera más pasional del mundo agarrado a su irrenunciable libro de estilo, el del ataque. A Mikel Landa, el Giro, sus esquinas adornadas de rosa, sus tifosi, las cadenas montañosas, el aire festivo de los pueblos, le entusiasma. Aunque su contacto será en Holanda, el país de las bicicletas con cestillas, sobre una bici contrarreloj; su Aquiles. En Apeldoorn, donde prende mecha el Giro con una crono de 9,8 kilómetros, se engarzará a unos auriculares. Concentrado con música electrónica. Encerrado sobre el rodillo. Aislado. “Pongo música cañera, electrónica, para hacer rodillo y luego intento no pensar nada. Una vez que salgo, todo mensajes positivos. Tengo bastante respeto a la contrarreloj. Quiero que pase ese día y que empiece entonces el Giro”.
El Giro que quiere que empiece Mikel, al que asoma como líder del Sky, -David López y Mikel Nieve serán sus sherpas en la montaña-, le medirá a Vincenzo Nibali, Ilnur Zakarin, Alejandro Valverde y Rigoberto Urán, entre otros actores. El italiano, laureado en las tres grandes, es el principal favorito para conquistar la corsa rosa, pero sus últimas actuaciones le sombrean y le sitúan en la estantería de las dudas. A Landa, la versión recortada del siciliano le tiene “despistado” porque Nibali “sabe llegar bien a las carreras”. Algunos palmos por debajo de la jerarquía de Nibali, blindado por el Astana, probablemente el equipo más fuerte de la carrera, se encuentra Valverde, que se anuncia en el Giro con la idea de conseguir etapas y mirar a la general. Dos en uno. En paralelo a Valverde, Ilnur Zakarin, un ciclista emergente que el pasado año compartió metraje, desencuentros y diálogos de Babel con Mikel Landa en la Finestre. Rigoberto Urán, dos veces podio, también se agarrará a la carrera desde las manecillas del reloj, al igual que Dumoulin, el holandés que se descapotó en la Vuelta a España y quiere crecer a través del Giro, que concentra su aserradero en las dos últimas semanas. “Quizás no haya finales muy duros, pero son días con mucho desnivel acumulado y a un escalador le beneficiará”, resume Landa. Es su territorio. Donde buscará el oro rosa.