"animaba para que se viera un buen partido". Steven Beitashour (1-II-1987, San Jose) tiene bien aprendida la lección de la diplomacia cuando se le cuestiona sobre la selección a la que animó en aquel encuentro del Mundial de 1998 que enfrentó a Irán con Estados Unidos, una cita que se saldó con un 2-1 a favor del combinado asiático, que llevó implícita una carga política desmedida como consecuencia de la tensa relación existente entre ambos países en las últimas décadas, y en la que los jugadores de ambos bandos ofrecieron una demostración de cordialidad y normalidad envidiable posando juntos y abrazados antes del pitido inicial e intercambiando sus camisetas al abandonar el terreno de juego. "Hemos hecho más en 90 minutos que los políticos en 20 años", dejó dicho el defensa estadounidense Jeff Agoos. Han pasado 16 años, la tensión entre ambas potencias ha bajado algunos enteros, el mundo del fútbol se ha seguido globalizando de la mano de la propia evolución de las sociedades y cada vez son más los jugadores que pueden elegir entre dos o más selecciones como consecuencia de los movimientos migratorios. Pero Beitashour sabe que su caso es especial. No todos los días un estadounidense de nacimiento que ha vivido toda su vida en territorio yankee decide jugar con Irán. Y muy pocos son capaces de explicar con tanta naturalidad y normalidad como este lateral derecho de 27 años que actualmente milita en los Vancouver Whitecaps de la Major League Soccer una decisión que podría herir numerosas susceptibilidades. "¿Quién diría que no si tuviera la oportunidad de disputar un Mundial? Si ese ha sido siempre tu sueño no hay nada más grande que este evento, absolutamente nada", dijo recientemente el jugador en The New York Times, publicación que pulsó la opinión de personalidades del soccer, coincidiendo todas ellas en lo lógico de la situación. Carlos Bocanegra, excapitán del combinado de las barras y las estrellas, recordaba el caso de Giuseppe Rossi, nacido en New Jersey e internacional italiano, mientras que el presidente de la Federación, Sunil Gulati, se sinceraba: "No creo que hubiésemos tenido muchas opciones de ver jugar con nuestra selección a Jermaine Jones -nacido en Alemania y de padre estadounidense- si le hubiesen llamado de la germana". Y es que pese a su más que correcta trayectoria, Beitashour ni siquiera fue convocado por Estados Unidos para sus categorías inferiores. Lo más lejos a lo que llegó fue a participar en unos campus de entrenamiento organizados por el seleccionador, Jurgen Klinsmann, en enero de 2012 y 2013, pero no se vio con posibilidades reales de entrar en la convocatoria mundialista. Por eso no lo dudó cuando Carlos Queiroz le ofreció en octubre del año pasado jugar con Irán.
Los progenitores de Beitashour nacieron ambos en Irán y emigraron a Estados Unidos en la década de los 60. Vivieron primero en San Francisco, pero el nacimiento de Beitashour en San Jose, ciudad conocida como la capital de Silicon Valley no fue casual, pues su padre, ingeniero técnico de enorme prestigio, era uno de los empleados de más elevado rango en los años de esplendor de ese mastodóntico imperio tecnológico que es Apple, compartiendo reuniones, proyectos y avances con Steve Jobs o Steve Wozniack -"claro que he visto la película Jobs y lo cierto es que casi todas las anécdotas me resultaban familiares", ha dicho el jugador el alguna ocasión-. En el hogar familiar se hablaba inglés, pero en ningún momento abandonó sus raíces. Viajó en un par de ocasiones a Irán en su niñez para conocer a su familia, aprendió el farsi y nunca dio la espalda a costumbres como celebrar también el Año Nuevo persa. "Dos culturas, el doble de celebraciones. Aquello estaba muy bien", recuerda.
Beitashour creció amando el fútbol. Destacó en San Diego State University y con 20 años desechó ofertas de Bélgica porque sus padres le aconsejaron terminar sus estudios. Finalmente, en 2010 recaló en la MLS de la mano de los San Jose Earthquakes, club del que había sido recogepelotas en su infancia, fichando en enero de este año por los Whitecaps de Vancouver, ciudad que cuenta con una importante colonia iraní. La oportunidad de representar a Irán cristalizó en octubre del año pasado, cuando Carlos Queiroz le convocó para disputar un amistoso ante Tailandia. Numerosos periodistas le esperaron en el aeropuerto de Teherán deseosos de conocer de primera mano la historia de ese estadounidense que había decidido representar al país de sus padres. Pese a que su madre tuvo que ver el partido desde el hotel debido a las aberrantes leyes de un país que impide a las mujeres acudir a los eventos deportivos, a Beitashour le esperaban sorpresas agradables en el Azadi Stadium. En el calentamiento fue recibido con gritos en inglés de "welcome to Irán" y el público pidió insistentemente su debut durante la contienda, algo que se produjo en el segundo tiempo. El jugador quedó encantado con la experiencia y el apoyo recibido y ahora verá cumplido su sueño. ¿Qué habría ocurrido en caso de tener las mismas posibilidades con Estados Unidos e Irán? "Eso es algo que era imposible que ocurriera", ha sido siempre su respuesta. Ante todo, diplomacia.