BAGNERES DE LUCHON-PEYRAGUDES
1º. Alejandro Valverde (Movistar)4h12:11
2º. Christopher Froome (Sky)a 19"
3º. Bradley Wiggins (Sky)m.t.
General
1º. Bradley Wiggins (Sky) 78h28:02
2º. Christopher Froome (Sky)a 2:05
3º. Vincenzo Nibali (Liquigas)a 2:41
alain laiseka
BAGNERES DE LUCHON. El primer rayo del sol del día en los Pirineos es para Valverde y su maillot azul. El murciano pedalea por encima de las nubes que lo borran todo allí abajo, en los valles. Acaba de atacar en el Port de Balés y ha dejado de rueda a todos sus fieros rivales de la escapada, Voeckler, Vinokourov, Egoi, Izagirre y los demás. El ataque, como no, tiene un mucho de huída y otro tanto de búsqueda. Busca Valverde sus buenas piernas perdidas en la larga travesía de julio, la dinamita, para acercarse a un triunfo en el Tour que casi no recuerda porque data del lejano 2008, de antes de la sanción y todo eso que no quiere que le mencionen y que siente como sienten los exiliados el exilio. O, lo que es lo mismo para un competidor tan extraordinario como él, año y medio sin dorsal alejado de su patria ciclista. Cuesta arriba en Port de Balés, huye de ese recuerdo que lleva pegado como el apellido. ¿No he pagado ya?, suele preguntar para que le dejen en paz de una vez y aunque siga pensando que pagó una factura que no le correspondía. Y huye también de un Tour cruzado, plagado de pinchazos inoportunos y caídas, todo muy desesperante, todo muy oscuro y gris. Como el día que elige para iluminarse en los Pirineos. Valverde acaba la etapa llorando emocionado sobre una nube blanca de felicidad en Peyragudes. Y la empieza rodeado de ellas.
El col de Mente amanece enigmático. Las nubes han bajado a la tierra y lo envuelven todo. No llueve como aquel día de hace 41 años en el que una tormenta de verano cayó sobre el Tour y convirtió el descenso de Mente en el drama de Ocaña, pero el aire está cargado de humedad que empapa los rostros, los cuerpos y sus maillots pegados, el asfalto. Por ahí baja, por donde Ocaña, el grupo de Valverde, el de Voeckler, Egoi, Kessiakoff, Rui Costa y alguno más que subiendo se han trabajado, a golpe de riñón y dolor de patas, una diferencia de 30 segundos con el pelotón de Wiggins. Tira el murciano animado. Piensa que es esta o ninguna. Da un relevo largo, y cuando se deja caer se le cae el mundo encima. Ha visto a Nibali.
Valverde se desespera. Rememora los fantasmas de todos estos días. Los intentos frustrados. Hay un momento de este Tour en el que el murciano se siente perseguido. Un día, pregunta por un salvoconducto a los dueños de la carrera, los chicos del Sky, y estos, bandera de un ciclismo de agua y sacrificio, le miran serios y le vienen a decir que ni lo intente, que no le van a dejar marchar. Parece lógico: Valverde es peligroso. Luego, cuando va perdiendo minutos en la clasificación y se vuelve anónimo e insignificante para la general, la cosa no cambia. Las escapadas de Valverde nunca caminan.
Esta, con Nibali, ni por asomo. El murciano se le acerca, agita la mano y se lo dice. Le pide encarecidamente que se suelte para que puedan hacer camino. El italiano, tercero en la general, duda, pero acaba cediendo a la lógica. "Ok", dice Valverde que le dijo antes de levantar el pie; "tenéis 35 segundos y me voy a quedar". El murciano, agradecido, le despide con un apretón de manos.
Ataque en Balés Eso nos permitió hacer camino, no mucho, pero algo sí". Sobre los dos minutos y medio en un grupo que, consentido, engordaron de nuevo Jorge Azanza y Gorka Izagirre, que se fusionaron con Egoi para que Euskaltel-Euskadi volviese a tener a más de la mitad del equipo en la escapada. La circunstancia, por repetida, habla maravillas de la actitud de los chicos de Gerrikagoitia, alegres y combativos después del sentimiento de orfandad que les invadió tras el abandono de Samuel en la frontera de la primera semana.
Así, sin Nibali, cogió tiempo y aire la escapada, que corrió con la respiración entrecortada por los latigazos de Voeckler y Kessiakof, que se pegaron por los puntos de la montaña. Al final del día, en Peyragudes, el francés acabará con el maillot a puntos rojos que lucirá el domingo en el podio de París. Rey de la montaña. Y de la Francia republicana y patriota.
La patria de Valverde es el ciclismo. No concibe su vida sin la bicicleta. Durante la sanción, entrenaba como si fuera a correr al día siguiente. Estaba tan en forma, que cuando se juntaba con sus compañeros del Movistar, o con Luisle, les sacaba los ojos. Tenía a todos maravillados. Pero él se sentía vacío. Le faltaba algo. Podía correr en bicicleta pero no podía ganar, lo más necesario, su alimento, el aire que exige unas cuantas veces por minuto. Así que cuando volvió y nada más empezar, cuatro carreras después, ganó una etapa en el Tour Down Under, se echó a llorar como nunca. O como ayer. "Es que estoy en una nube", dijo luego.
Froome, frenado Cuando salió de entre ellas en el Port de Balés estaba solo. Acababa de atacar y pedaleaba hacia su mayor símbolo de redención desde su regreso al pelotón. Por la cima, los primeros rayos de sol del día acariciando su maillot azul, iluminando su rostro negro de suciedad y la barba de tres días, haciendo brillar su cadena de oro y baile rítmico sobre el pecho blanco y huesudo, llevaba dos minutos y medio. Por detrás, le perseguía el Liquigas.
Basso tiró a por Valverde, le recortó algo, muy poco, la distancia, hasta que ya a 10 kilómetros de la cima de Peyragudes Van den Broeck se desató y su cambio de ritmo abrió un espacio de indecisión y acelerones que acabaron por hundir a Zubeldia, después a Evans, y le dio un mordisco importante al sueño del murciano. Tras tomar aire en un pequeño descenso, Valverde apenas tenía minuto y medio para gestionar en cuatro kilómetros. Y, seguramente, se los hubiese comido Froome si cuando el keniano pisó el acelerador y cedieron todos al dolor, al chico, que iba lanzado, no le hubiesen parado de nuevo porque Wiggins no era capaz de seguir su ritmo. Froome corrió los últimos tres kilómetros con la barbilla en la espalda y los nervios desatados. "Cuando Froome ha acelerado", explicó luego el líder, "se me ha ido la olla. Desde la cima del Peyresourde -antes de la pequeña bajada, a cinco kilómetros de la estación de esquí de Peyragudes- sentía que había ganado el Tour y que todo se había terminado. Perdí la concentración. Froome me gritaba que acelerase, pero yo no podía".
Wiggins estaba en su nube amarilla. Sobre ella llegará el domingo a París. Y Valverde, tras el indulto involuntario del Sky, en la suya, sin poder hacer nada por detener el surco salino que le recorría la mejilla hasta la sonrisa.