Kevin de la Rosa, Laura Ferrer, Marta Estal, Juan de Vera y Mario Portillo van a compartir esta noche en el Festival de Teatro de Humor de Araia un momento muy especial. Después de todo el éxito cosechado por Vive Molière, el camino de la obra producida por Ay Teatro, con el inconfundible sello de Álvaro Tato y Yayo Cáceres, llega a su final. La última representación se va a producir en el Arrazpi Berri a las 22.30 horas. Se producirá así en la localidad alavesa el adiós a este montaje construido con escenas y fragmentos de Tartufo, El avaro, Las preciosas ridículas, Don Juan, El cornudo imaginario, El burgués gentilhombre, La escuela de los maridos, El misántropo y La improvisación de Versalles.
No es un recopilatorio sobre Molière, pero...
–No, no lo es (risas). La gente que acuda a vernos esta noche se va a encontrar con un Molière muy puro, divertido y bastante frenético, también para nosotros. A veces, el público tarda en entender un poco esta sucesión de escenas de diferentes obras, comprender cuál es el hilo conductor de la historia de Molière y su enamoramiento con la diosa Fama. Pero eso pasa rápido y quien viene a ver el montaje se enamora rápido de este Molière, que es divertidísimo. Él es infinito y la obra no recoge todas sus maravillas porque no puede, pero sí muy buenas escenas de grandes títulos de su trayectoria creativa.
"Muchas de las escenas son tan graciosas porque la gente se ve reconocida en ellas de alguna manera"
¿Por qué él?
–Porque al cumplirse los 400 años de su nacimiento en 2022, Ay Teatro decidió trabajar este texto. Álvaro Tato estuvo todo un año realizando la investigación de las obras y creando este montaje. De todas formas, la pregunta sería: ¿por qué no? (risas). Quiero decir, estamos hablando de un autor extraordinario. Por supuesto, hay creadores estupendos y a seguir tanto españoles como de otros países, pero él tiene algo tan llano, tan basto, tan único que es imprescindible hacerlo.
¿Cómo de actual es este Molière que ustedes llevan a escena?
–Lo que pasa es que los temas y las obras son absolutamente actuales. Él habla de la parte más oscura del ser humano, de los motores que le impulsan a actuar. También habla del amor, de cómo conectar y crear vínculos. Pero lo hace todo desde un lugar tan excéntrico que es divertidísimo. Es inevitable verse reconocido en sus obras. Muchas de las escenas son tan graciosas porque la gente se ve reconocida en ellas de alguna manera.
Muchos personajes
Para el reparto tiene que ser una pequeña locura meterse en tantos personajes y escenas diferentes dentro de un mismo montaje.
–Es una auténtica loca. Creo que Juan de Vera, que es el que más tiene, llega a hacer 14 personajes distintos. Imagina. Detrás del escenario, en realidad, sucede como otra obra de teatro en sí misma, una acción paralela a lo que sucede ante el público. Es verdad que el vestuario de Tatiana de Sarabia nos facilita mucho los cambios, pero de verdad es que vivimos momentos que son para verlos. Luego, cada uno de nosotros camina entre sus personajes con mucha confianza y poco miedo, construyendo desde el cuerpo y la voz. Además, todos hemos confiado mucho, desde el primer momento, en la dramaturgia y la dirección de la pieza. Nos han dejado ir por sitios estupendos y crear libremente.
Pero ante tantos personajes a interpretar, ¿es mejor dejarse llevar o hay que hacer un trabajo previo de investigación con cada uno?
–En mi caso, me dejo llevar. En este caso y en otros. Me gusta respetar mi instinto. Eso no quiere decir que no me interese el contexto, los antecedentes del personaje... pero, de primeras, prefiero simplemente sentir la escena y lo que necesita de mí para ser representada. Este Vive Molière es un montaje rápido, divertido y loco, y yo es lo que intento aportar.
El público habitual de teatro puede haber visto dos o tres obras de Molière en diferentes versiones. Pero es que lo que ustedes proponen va más allá. ¿Cómo suele reaccionar la gente?
–Al público que conozca un poco a Molière, le gusta encontrar esas escenas que tanto reconoce. Además, se sorprende al ver algunos momentos que no ha visto nunca. La selección de Álvaro Tato ayuda muy bien a seguir la historia que relatamos. Para quien no conoce nada del autor, se presenta un montaje muy divertido y fácil, que seguramente le va a llevar a ver más de Molière.
El sello de Ay Teatro
Yayo Cáceres y Álvaro Tato han construido un sello perfectamente indentificable en la escena estatal. ¿Cómo es amoldarse a esa forma de hacer tan marcada?
–Te tienes que quitar muchas barreras. Yayo no cree en los procesos de pensamiento, ni en el psicoanálisis de los personajes. Trabaja desde un lugar muy físico y situacional. Además, esta obra es tan frenética que no te da tiempo a pensar. A veces, uno quiere tenerlo todo controlado y se equivoca. Hay que ser profesional, saber lo que se hace, pero también tienes que confiar, incluso caer en esa pequeña locura bonita de no pensar demasiado en lo que uno hace. Él no persigue tanto lo formal y lo equilibrado. Le gusta generar contrastes. Como actor tienes que apagar el cerebro controlador y decir: venga, adelante.
Es la de Araia una representación especial para ustedes, de todas formas.
–Sí, sí. Estamos felices porque es la última función. Después de la temporada en Madrid, el de Araia es el último bolo y estamos especialmente emocionados. Tenemos muchas ganas de actuar y darle gracias a esta función que nos ha dado tanto a nivel profesional y personal. Estamos en otro lugar gracias a Vive Molière, así que estamos muy agradecidos. De hecho, después de la función nos vamos a ir a celebrarlo, pero eso no se puede contar... (risas).