- La polémica está servida. El premio a la solidaridad fue a parar a manos de Ucrania (631 puntos), aupada al triunfo en Eurovisión por eltinte político del televoto, que le otorgó 439 puntos cuando el jurado solo le había concedido 192. Un controvertido reparto que relegó de la lucha por el triunfo a las dos mejores candidaturas del festival,Reino Unido (466) y España (459), que gracias al numerazo que se marcó Chanel conquistó un tercer puesto histórico que supone el mejor resultado desde la segunda plaza de Anabel Condeallá por 1995 e igual a aquel mismo podio del grupo Bravo en 1984.

Entre el público dispuesto a concederles el voto de gracia y lo que las casas de apuestas señalaban, pronto cundió el recelo de que el conflicto bélico provocaría que la victoria recayera en Kalush Orchestra. Stefania, un canto en homenaje a las madres ucranianas, era tan atrayente como atrapada quedaba en un mar de dudas sobre si era lo que en este certamen se entiende como una canción ganadora. No tardaron en salir a la palestra aquellos que se empeñan en azotar al festival bajo el argumento cliché de que todo ahí es política.

Cierto es que existe en todos los órdenes de la vida, empapados o enfangados por ella, y es que los gustos a veces no se mueven solo por sentimientos artísticos. ¿O acaso no es política airear un abanico y vestir una torera? ¿O cantar en una lengua autóctona? ¿O lanzar los necesarios y correspondientes mensajes en favor de los derechos LGTBIQ+? Pero la resolución deja un halo poco favorable a la credibilidad del mayor evento del planeta música.

Los triunfos de 2004 con Ruslana y de Jamala en 2016 tienen ya un compañero de viaje en el palmarés, pero el más grande era ya poder estar compitiendo sobre ese escenario cuando la cabeza de sus integrantes, que vienen de ayudar a ras de suelo entre el estruendo de las bombas, estaba seguramente en otro rincón de Europa. De hecho, el comentarista de la televisión ucraniana retransmitió la gala desde un búnker.

Pero el verdadero duelo, el musical, era otro. Si en 1968 hubiese existido la pantalla partida, Massiel y Cliff Richards habrían ocupado las 625 líneas de aquellos receptores en blanco y negro, con el inmortalizado y sorpresivo triunfo de quien inmortalizó el La, la, la. 53 años después, el Pala Alpitour de Turín mereció uno semejante entre dos países que, después de años, casi décadas, menospreciando la marca Eurovisión, renacieron.

Con la misma terminación silábica que aquella otra protagonista, Chanel Terrero, la mami, la reina, la dura, una Bugatti, borró de un plumazo las miserias de RTVE en el festival y a ritmo de su Slo Mo puso en pie a un enloquecido pabellón entregado a su causa, gracias a la actuación que la representante de origen cubano se marcó con un derroche de energía, realización, iluminación y producto fabricado para la ocasión, devolviendo la ilusión a la comunidad eurofán tan duramente castigada durante tanto tiempo.

Hubo Chanelazo. Los nubarrones tras su discutida elección en el Benidorm Fest fueron abriendo paso a la esperanza con el paso de los meses gracias al empeño de quien es la verdadera protagonista de este cuento con final feliz.

Guste o no su propuesta y su letra, su variante de reguetón pop encandiló desde los primeros ensayos en tierras italianas, y es que por vez primera desde tiempos inmemoriales España se plantaba en la sede del certamen con el producto cerrado, sin justificaciones o dejación de funciones ni promesas al viento. En el pañuelo de favoritas. Pol, Raquel, Ría, Exon y Josh, su cuerpo de baile, pusieron y echaron el resto para ofrecer una actuación de doce en un tema del que es coautor el gasteiztarra Leroy Sánchez.

España recibió ocho doces y superó de una vez por todas el récord de 125 puntos que ostentaba Mocedades desde la época predemocrática. Solo cinco países se olvidaron de votarla. Los cambios en la delegación de la televisión pública y el impulso de la nueva forma de preselección han dado sus frutos.

La competencia llegaba de la BBC. Reino Unido, y el Spaceman de Sam Ryder, con esos guiños musicales a maestros como Freddie Mercury o Elton John, nos elevó hasta el espacio, transportándonos al buen gusto de uno de los mayores mercados musicales del mundo. Todo para convertir su composición en una especie de himno como lo consiguió en 1997 Katrina on the Waves con su Love shine a light. Solo el masivo apoyo del público de la calle a Ucrania le separó de emularla.

En la terna de aspirantes presentó credenciales la perenne factoría sueca. Cuarta fue Cornelia Jakobs (438 puntos), con un carisma fuera de serie, que pugnaba para que Suecia atrapara en el palmarés a Irlanda, con siete entorchados, y recoger el testigo que dejó en 2015 Mans Zelmerlow. Como en su época Sandie Shaw o Remedios Amaya, descalza, cantándonos una oda de resignación ante el amor expirado, nos pedía un fuerte abrazo con su Hold me closer, y nos fundimos en él.

Ninguna de estas candidaturas lo tenía fácil porque enfrente estaba el anfitrión. Italia, con Mahmood (segundo en 2019) y Blanco, vencedores absolutos hace pocos meses en San Remo, que buscaban prolongar las excelentes notas que el país transalpino viene cosechando desde que decidió regresar a Eurovisión en 2011. El dúo nos produjo el escalofrío que da nombre a su tema, Brividi, emocionando al respetable allí presente y a su legión de seguidores, y sin llevarse el gato al agua al acabar sextos (268 votos).

A todos ellos: ¡Aguaaaaaa! ¡Hubo Chanelazo! Aunque ganó... el contexto político en Europa. l