Dirección: Steven Spielberg. Guion: Tony Kushner. Libro: Arthur Laurents. Musical: Jerome Robbins. Intérpretes: Rachel Zegler, Ansel Elgort, David Alvarez, Ariana DeBose y Rita Moreno. País: EEUU. 2021. Duración: 155 minutos.
uando los viejos dinosaurios sienten que su tiempo de esplendor agoniza, cantan. Lo hacen para espantar su decadencia, para disfrazar su declinar. La lista es larga; de Wim Wenders a Carlos Saura o Fernando Trueba.
Es sospechosamente frecuente que algunos directores se refugien en el cine musical para sortear la desactivación de lo que su cine significó en su origen. Spielberg lleva dos décadas acumulando más fracasos que éxitos, aunque el aparato publicitario de su imperio disfrace las cifras. Por mal que le vaya, los medios de comunicación le hacen gratis las campañas. Eso acontece con West Side Story, adaptación desangelada del filme que hace 60 años rodó Robert Wise con el visto bueno del coreógrafo Jerome Robbins, responsable de la versión teatral estrenada cuatro años antes.
Aquella adaptación, inspirada en Romeo y Julieta, marcó una de las cumbres del musical norteamericano. Lo que ahora vende Spielberg, con la música eterna de Leonard Bernstein, con la ausencia irrellenable de Natalie Wood y por más que en ambas esté presente Rita Moreno, no es sino un sucedáneo de escaso sentido y de discutible oportunidad. La pretensión de que los adolescentes de hoy puedan sentirse conmovidos con un argumento y una banda sonora que hechizó a sus abuelos, pone de relieve lo que desde que finalizó el siglo XX todo el mundo sabe, Spielberg no tiene nada que decir. Al menos el Spielberg director; el productor, sigue siendo capaz de convocar a los mejores profesionales del sector y en este caso, ellos son los que mantienen en pie una propuesta que desfallece por momentos hasta diluirse en la nada.
Esta versión de Spielberg moderniza los gestos, cuestión feminista obliga, pero repite idéntico enredo para anclarse en la anacronía. Esa Nueva York de los 50, la que vivieron los abuelos de la actual chavalería, era de cartón piedra. Ahora es ruina fosilizada. Tan solo el vigor de los números musicales se salva del desastre de un planteamiento viejuno, anodino e innecesario. En 1961, Spielberg era un adolescente. Sesenta años después, es un septuagenario que copia y recrea batallitas ajenas.