En un Iradier Arena con algo más de media entrada, la cuadragésimo cuarta edición del Festival de Jazz de Vitoria ha vivido este jueves su segunda tarde-noche, de la mano de dos tríos bien diferentes entre sí, el del gasteiztarra Pablo Martín Caminero y los norteamericanos Thumbscrew.

No ha sido la primera vez que el contrabajista vitoriano ha actuado en el certamen de su ciudad natal, pero sí en la que ha podido presentar un proyecto suyo. Con su más que recomendable y reciente disco Al toque y lo hace de una manera admirable.

Además, cuenta con dos cómplices esenciales como son, a la percusión, Paquito González, y el pianista Moisés P. Sánchez, que este viernes repite, aunque en solitario, en la capital alavesa. Los tres unidos sobre las tablas del coso se han metido rápido al personal en el bolsillo, a lo que ha ayudado, por supuesto, ese humor que Caminero destila siempre en las actuaciones cuando le toca dejar el instrumento y hablar.

El recorrido por el álbum ha sido preciso, dejando a las claras el gran trabajo que ha hecho el vitoriano a la hora de traer a su campo de acción la obra de grandes maestros, una labor que a buen seguro no ha tenido que ser sencilla pero que el contrabajista ha realizado con la maestría que le caracteriza. Así lo ha demostrado en la actuación a pesar del tren de las ocho, de la particular música de los pájaros y de esas características propias del recinto. Ha habido bis, dedicatoria a la ama y al aita, presentes en la sala, y el público se ha puesto dos veces en pie.

Tras el descanso, ha sido el turno para Thumbscrew, uno de los pocos lujos extranjeros que se ha permitido el festival este año por aquello de la pandemia y los problemas para viajar y montar giras. Y menos mal que lo ha hecho, porque Mary Halvorson (guitarra), Michael Formanek (contrabajo) y Tomas Fujiwara (batería) se han tomado el coso como el patio de su recreo y han hecho lo que les ha dado la gana, jugando con el jazz, el rock, los sonidos más clásicos, bueno con todo. Claro, ha habido más de uno entre el público que se ha dado cuenta rápido de que aquello no iba a gustarle y ha habido quien ha enfilado pronto el camino a casa.

Otros muchos se han quedado para dejarse atrapar por esa tela de araña que han ido construyendo entre los tres. Una de esas propuestas que o te atrapan hasta los huesos o te expulsan a otro universo. Pero no hay medias tintas. Así han ido a lo largo de todo el concierto, sin casi ninguna interacción con el personal. Suficiente conversación se ha dado con la música.

Enérgico, suave hasta ser casi silencioso, rivalizando con el stoner, el concierto ha tenido casi de todo, gracias a esa curiosidad que caracteriza a este proyecto en el que los tres se encuentran de vez en cuando. Por supuesto, en el riesgo, en la experimentación, en la prueba, existe el error. Y hay quien rechaza eso. No es el caso, Todo suma. Todo sirve. Aunque a veces en ese camino no todo el público quiera acompañar a los músicos. Tampoco pasa nada.