legué tarde a la poesía, en la universidad", explica el Noi del Poble Sec en el libro Serrat y los poetas (Efe Eme), del escritor Luis García Gil. A los juveniles Tarzán, El Coyote o Salgari, el catalán los fue sustituyendo por Rafael Alberti, Machado, Miguel Hernández, León Felipe, Joan Vergés, Luis Cernuda o Goytisolo, tal y como se narra en este libro detallista sobre la obra poética ajena, marcada por "el fervor y la devoción", que el cantautor ha musicado en su amplia discografía.
"En general, mis lecturas infantiles y juveniles no fueron más allá de Tarzán, de algunos libros de la colección Plaza y Janés, de El Coyote o Salgari. La poesía solo aparecía en los libros de texto y acotada a una serie de poetas y a unos versos ejemplares", explica Serrat a García Gil al ser preguntado por cómo llegó a ella. "Más tarde, con 20 años, fui a trabajar al Centro de Investigación de Jaca y simultáneamente estudiaba en la universidad", prosigue. Fue allí, a través de un compañero y una novia, cuando se adentró en una poesía que "me abrió un mundo de infinitas posibilidades, con autores malditos en España".
El primero de ellos fue Rafael Alberti, comunista y exiliado. El joven Serrat, adalid de una Nova Canço que miraba hacia Aznavour y Jacques Brel, y que cantaba en catalán en sus inicios a pesar de su pasión charnega por Juan Marsé, ya arrastraba un fuerte componente poético, lírico y expresivo en sus composiciones propias, en temas como La tieta. Espoleado por las adaptaciones seminales de Paco Ibáñez, Alberto Cortez y Raimon, se atrevió con La paloma, en 1969, en su primer disco en castellano, grabado en Milán, con él exiliado en Roma, con de Carlos Guastavino.
Ahí se abrió una espita en la carrera de Serrat que ya nunca se cerró. La poesía también suena, y lo sabe bien Serrat, que en el siguiente medio siglo grabó versos cantados convertidos en himnos pop, repartidos en discos o en álbumes monográficos en los que aprovechó para rescatar y reivindicar a los poetas del Estado y Latinoamérica en una obra que sería incomprensible sin esos versos ajenos trasladados al pentagrama.
Esa relación singular queda atesorada en este libro que reconstruye la creación de esas canciones y discos, indaga en cómo Serrat llegó a los poetas y su obra, qué le motivó y cuáles fueron sus circunstancias. Su primera obra monográfica fue Dedicado aAntonio Machado, poeta, también de 1969 y convertida en uno de los discos clave de la música popular en castellano de todos los tiempos. La dedicó a un andaluz de corazón castellano que acabó influenciando sus canciones propias, como Muchacha típica o Fiesta.
Tras sus célebres adaptaciones de He andado muchos caminos, La saeta o Cantares, grabadas aún en Italia y ya con el pianista Ricard Miralles en los arreglos y dirección, Serrat dedicó después otro disco íntegro a Miguel Hernández, en 1972, ya en Madrid y con Miralles sustituido por Francesc Burrull. Es el álbum de Para la libertad, Elegía, Nanas de la cebolla, El niño yuntero o Menos tu vientre, que el poeta comunista, muerto de tuberculosis en la cárcel, dedicó a su pareja, embarazada de un hijo que no conoció.
El libro de García Gil, exhaustivo en su carga de información y anecdotario, de estructura cronológica y lectura cómoda, refleja también otros estrenos, como su primera adaptación poética ajena en catalán, que recayó en el poco conocido poeta Joan Vergés, en su disco Per al meu amic (1973), su regreso al catalán en los 70, o su primera incursión en Latinoamérica con la obra del nicaragüense Ernesto Cardenal, involucrado en el gobierno sandinista. De él cantó Epitafio para Joaquín Pasos, tributo al desconocido poeta homónimo, en Para piel de manzana.
El libro rescata del olvido discos como 1978, que recogía Historia conocida, de José Agustín Goytisolo, junto al teclista Josep Mas Kitflus tras su etapa en Iceberg, así como la obra musicada por Serrat de poetas de menor proyección pública, como Joan Salvart-Papasseit, Pere Quart, Jospe Carner, Gil de Biedma, Joan Margarit o el maldito José María Fonollosa. Sus páginas dedican capítulo amplio a Versos en la boca, "su Mediterráneo de los años 80", según Gil, para quien su título era ya "una declaración de principios líricos".
El álbum de 2002 incluía Hoy puede ser un gran día, No hago otra cosa que pensar en ti y Esos locos bajitos. De esta última oda a la paternidad, se recoge una anécdota que desconocen sus fans y hasta el propio Miralles, ya que su génesis parte de un poema del argentino Horacio Salas, cuyo nombre está escondido en los títulos de créditos y nunca fue reconocido por Serrat en las giras, al contrario que la acepción de locos bajitos, correspondiente al cómico Miguel Gila.
La publicación de Gil, que se acerca al presente al referirse a la obra adaptada de García Montero, dedica un amplio espacio a otros dos discos monográficos, el centrado en la obra del Benedetti, El sur también existe, cuya elección de poemas y músicas compartieron ambos a través del teléfono y el fax (data de 1985), y el que es, hasta la fecha, el último disco original del catalán, Hijo de la luz y de la sombra. Su "último reto musical", según Gil, data de 2010 y es su segunda incursión en el poemario de Hernández.