A simple vista nada parece indicar que Markus Lüpertz (Reichenberg, actual Liberec en República Checa, 1941) es uno de los máximos representantes de la pintura salvaje. Y, sin embargo, cuando habla con su voz potente, se vislumbra al pintor con fuerza, de enérgicas pinceladas que estallan a la vista del espectador. Lüpertz - que maneja un bastón con una calavera en la empuñadura y lleva un anillo con un cráneo, un elemento recurrente en su obra- no es un pintor de muñeca, sino un pintor de brazo que descarga sus potentes pinceladas y arrastra el pincel sobre los lienzos en blanco con violencia configurando sus formas.

El artista es además un viejo amigo del País Vasco, donde ha impartido clases y donde mantuvo una estrecha amistad con Eduardo Chillida, "un gran artista y un gran ser humano".

¿Se podría decir que esta exposición aporta una visión completa de su trayectoria profesional?

-Abarca una gran muestra de los diferentes caminos que he seguido a lo largo de mi trayectoria. Mi obra es muy abundante, pero lógicamente falta todo lo que me queda por hacer. Por lo tanto no es una exposición cerrada, es una muestra cabal del estado de mis creaciones en este momento. Me gusta pensar que todo lo que he hecho es un comienzo.

¿Cómo deberíamos acercarnos a sus obras?

-Con los ojos y el corazón bien abiertos. Y quizás al hacerlo así descubran su amor hacia la pintura; quiero que los espectadores sientan esa alegría y emoción, y comprendan lo importante que puede llegar a ser la pintura para la propia conciencia, la propia fantasía y el sentido de vivir.

¿Y para Lüpertz qué es la pintura?

-Es mi vida, todo el resto de actividades relacionadas con el arte - la escultura, la poesía o la música- se basan en mi visión de pintor, tienen una relación con la pintura. Mis piezas escultóricas son como los habitantes que se salen de los cuadros. Además es una forma de expresión que me gusta defender en estos tiempos, llenos de estímulos. La pintura no se puede terminar ni se puede limitar pero puede llegar a olvidarse.

Pintor, escultor, interpreta free jazz al piano, compone poesía, ha sido rector de la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf... ¿De dónde saca el tiempo para hacer todo?

(Sonríe) Si no se hace nada más, hay mucho tiempo para todo eso. Uno prescinde hasta de las vacaciones y de otras tonterías varias...

Siempre ha confesado que se siente un artista muy europeo...

-Con gran pasión y convencimento y con cierta deuda y obligación. Mis obras son un poco el frente contra el arte americano.

¿Cómo es su relación con los artistas alemanes de su generación?

-Varía según mi propio desarrollo e investigación. Encuentro a alguien que me fascina, y al poco tiempo tengo que matar a ese Dios para encontrar mi propio camino de nuevo. Hay veces que me acerco a los artistas alemanes, otras veces me alejo.

¿Y cómo recuerda a Chillida?

-Fue un gran escultor, una persona francamente inteligente, y muy formada, un gran conocedor de la cultura alemana, un gran ser humano y un gran amigo. Su amistad supuso un gran enriquecimiento para mi vida personal.

¿Por qué siente admiración hacia la mitología clásica?

-Es increíble cómo el arte antiguo sigue estando vivo y sigue influenciando a los artistas hoy en día. Es una idea de la percepción, porque todo lo que se nos transmite de la antigüedad tiene una calidad muy alta. Uno tiene que buscar cuál es su posición con respecto al arte del presente, del pasado y de la antigüedad. Y es esa comparación la que te da las directrices para distinguir tu propia calidad. La rueda ya no se puede inventar, lo que es importante es individualizarla y hacerla más hermosa.