Las rondas de reuniones tienen una coreografía prefijada. Incluso en situaciones tensas y con programas espinosos sobre la mesa, tienden a ser cordiales. Se aprecia en las sonrisas –es verdad que, a veces, un tanto forzadas– que captan los medios gráficos y en los comunicados o las declaraciones de las partes a la salida. Y luego, también cumpliendo un requisito no escrito, lo habitual es que los participantes incidan en las diferencias y achaquen falta de concreción, de ambición y/o de valentía a las propuestas que se les han trasladado en el encuentro.

En nueve de cada diez de las ocasiones, los plumillas seríamos capaces de llevar la crónica escrita de casa y apenas deberíamos cambiar algún que otro entrecomillado antes de publicarla. Sin embargo, a veces salta la sorpresa agradable y uno recupera parte de la confianza en la representación política. Me alegra confesar que el pasado lunes tuve esa reconfortante sensación, conforme fueron saliendo los portavoces de los partidos vascos con los que el lehendakari Imanol Pradales había compartido los planes de actuación para hacer frente al arancelazo de Donald Trump. Fue inevitable, seguramente, que el único parlamentario de Sumar volviera a tirar de pancarta.

Sin embargo, EH Bildu, que podría haber cedido a la tentación de hacerlo también, optó por el tono propositivo. Así, Pello Otxandiano, sin dejar de señalar los aspectos que su formación encontraba mejorables, mostró su disposición a arrimar el hombro e hizo una propuesta más que razonable, a saber, que las ayudas se condicionen al mantenimiento del empleo y del arraigo. Igualmente –y esto sí que no me lo esperaba–, el casi siempre hosco presidente del PP vasco, Javier de Andrés, prescindió de las habituales demasías demagógicas y ponderó las cuestiones positivas de las medidas que se están adoptando. Solo desafinó, miren por dónde, el socialista Eneko Andueza, que convirtió su comparecencia en un tirón de orejas al lehendakari por un malentendido sobre el TAV. Una pena.