Hay que celebrar el crecimiento de la unidad de grandes quemados de Vox. Como comprobamos caso a caso, los protagonistas de las broncas cósmicas que acaban con portazo o envío a galeras son individuos con dos características comunes muy marcadas: fanatismo y egolatría. Imposible saber en qué orden de preeminencia. A la lista de ilustres laminados o autolaminados –Olona, Monasterio, Ortega Smith, Espinosa de los Monteros...– se acaba de unir el petimetre Juan García-Gallardo, que hasta hace poco ejercía como vicepresidente de Castilla y León. Algunas de las leyes más reaccionarias que se han promulgado en esa comunidad llevan su firma. Del mismo modo, de la boca del apodado por sus conmilitones Gallardín han salido algunas de las declaraciones más pestilentes que nos hemos echado a los tímpanos. Esos regüeldos contra la dignidad y los derechos humanos competían en estridencia con los lametones que obsequiaba a su amado líder carismático. Parecía imposible que hubiera un chihuahua más sumiso a su amo. A la viceversa, bwana Santi compensaba a su mascota con abundantes caricias dialécticas y deslizaba suculentas promesas de futuro en la secta abascálida. Todo eso, que estaba vigente hasta hace ocho días, saltó por los aires siguiendo el patrón calcado de los arriba mentados y con idéntica denuncia (a buenas horas, mangas verdes) de falta de democracia interna. Huelga mencionar las sucesivas ironías de que se dieran cuenta tan tarde y de que aludieran a la democracia quienes tan poco aprecio muestran por ella. No parece necesario ser el politólogo o el adivino más dotado para prever en un futuro no lejano más episodios similares. Como decía al comienzo de estas líneas, los celebraremos, pero sin perder de vista que hay motivos para que se nos hiele la sonrisa. Por ejemplo, la evidencia que marcan todas las encuestas: con o sin reyertas, Vox es ahora de largo el partido preferido por los jóvenes de entre 18 y 34 años. Tremendo.