Ayer les planteaba en estas mismas líneas mi convencimiento sobre la importancia que tiene que los deportistas profesionales que llegan a nuestros equipos tengan la capacidad de conectar con la gente y su cultura más allá del terreno de juego. Me refería al caso concreto de un exjugador de Baskonia, Nikos Rogkavopoulos, que en su periplo en el Buesa Arena supo asimilar aquello del Carácter Baskonia. Hoy, les traslado una reflexión parecida, que no hace más que reforzar la idea de partida.
En diferentes ocasiones he podido observar cómo hay jugadores del Deportivo Alavés, llegados de realidades que se encuentran a decenas de miles de kilómetros de Mendizorroza, capaces de mimetizarse con la ciudad y su cultura de manera sorprendente.
Les pongo un ejemplo sobre la mesa: Nahuel Tenaglia. Es un defensa argentino que desde que viste con la zamarra azul y blanca ha destacado por su juego sobresaliente hasta convertirse en referencia insustituible y por su transformación en ejemplo para propios y extraños.
Quizás está lejos de la imagen del estrellón de equipos de esos que adquieren calificativos como galácticos, pero su forma de ser no desmerece su forma de jugar. Y eso trasciende, y para bien. No ha dudado en vestirse y vestir a su familia con los colores de la tradición gasteiztarra en fiestas señaladas como el Día del Blusa y de la Neska, se le ha visto pasear con su familia por los parques o atender con la naturalidad del resto las explicaciones de los tutores que forman a su descendencia en el colegio. Son virtudes sencillas que definen una actitud ante la vida que merece la pena tener en cuenta.