En la coyuntura actual de la geopolítica mundial diríamos que el término multipolar es el que nos permite situarnos claramente en el actual contexto. La idea está por ver que sea una realidad, porque lo que plantea la propuesta de un mundo multipolar es la posibilidad, hasta ahora inédita en la historia del capitalismo, de que exista un orden global integrado, pero en el que la relación jerárquica no se base en la existencia de un hegemón, en la existencia de una potencia que lidera la actividad económica, que lidera el comercio internacional, que lidera la política internacional.
¿Y que define lo fundamental de las reglas del juego? Si nos fijamos en la historia del capitalismo en sus distintas etapas, siempre ésta se basó en la existencia de un claro, una clara potencia hegemónica con sus diferentes características de todo tipo: políticas, culturales, religiosas, económicas, etcétera. Pero siempre, si recordamos lo que nos analizan Arriggie o Wallerstein, siempre hay una potencia que fija. ¿Cuáles son las reglas del juego internacional? ¿Cuáles son las principales rutas de la actividad económica internacional del comercio? Incluso, define cómo es la forma básica y fundamental de organización corporativa de organización empresarial. Por ejemplo, en el periodo de la hegemonía holandesa y el inicio de la hegemonía británica, la geopolítica, la geoeconomía, mejor dicho, se articula en torno a la existencia de unas grandes empresas.
La compañía de las Indias Orientales holandesa y después la Indian Company, la compañía de las Indias Orientales británica, que son las que se encargan teóricamente de definir el proceso de circulación internacional de las mercancías. Pero también terminan organizando un poco la política, la relación con las colonias, el orden administrativo en las colonias que participan de esos flujos del comercio internacional, etcétera. Cuando en el siglo XIX se consolida la hegemonía británica, lo hace acompañada, sin duda, de una forma de organización de la actividad económica que se basa en la empresa industrial de tipo familiar. Todas las grandes empresas británicas del siglo XIX de la industria del acero, de la industria textil tienen el nombre de una persona que inicia una, lo que normalmente se convierte después en una saga familiar de desarrollo empresarial: Steel Dickinson, Tim by her, por citar solo algunas de las empresas o de los nombres de empresas líderes del capitalismo industrial del siglo XIX. Cuando la hegemonía británica es sustituida por la hegemonía de Estados Unidos, también cambia el modelo de empresa familiar que predomina en la primera mitad del siglo XIX hasta la segunda fase de la revolución industrial. Podemos decir que es sustituida por la empresa por acciones. O, dicho de otra forma, la sociedad anónima. Eso no quiere decir que no existieran sociedades anónimas en Inglaterra, pero hay que esperar a la llegada del capitalismo norteamericano para ver cómo esa forma de organización empresarial se convierte en el patrón, en el modelo básico de organización de la empresa, a su vez asociado a nombres de grandes fundadores: los Robert Barons, los barones ladrones como se les llamaba a principios del siglo XX, Mellon, Henry Ford, Andyu Carnegie, la familia Rockefeller.
El desarrollo de su actividad empresarial hubiera sido imposible sin contar con el capital socializado, que se organiza bajo la forma de la sociedad anónima. Esta forma de organización empresarial no puede desarrollarse sobre la base del patrimonio familiar. Es un nuevo modelo de empresa y todavía hoy seguimos considerando que la sociedad anónima es la forma por definición de organización de las empresas. Podrá haber empresas de responsabilidad limitada, podrá haber empresas cooperativas, pero estás siempre serán minoritarias frente a lo que se considera la norma. ¿Por qué es la norma? Porque es el tipo de empresa que predomina en el país que ejerce la función de hegemón a lo largo del siglo XIX, sobre todo desde los años 30-40 y por tanto.
Sus formas de organización corporativa se convierten en el modelo de referencia para todo el mundo.
Esto es importante también que lo tengamos en cuenta porque, si consideramos que podemos entrar en una nueva fase de un nuevo hegemón o de multilateralismo, como plantean algunos, sin duda la forma el tipo de empresa en bajo cuya forma se ejerza el liderazgo global va a tener que cambiar. Es decir, la sociedad anónima podrá seguir existiendo como hoy existen las empresas familiares, más o menos grandes, pero seguramente tendrá que surgir una nueva forma de empresa. Y ahí podemos especular: la empresa pública, la empresa colaborativa...
A día de hoy, la creación de un registro europeo de empresas, aunque sólo sea para enumerar quiénes son los agentes económicos legalmente responsables, ha fracasado entre otras razones porque el gobierno alemán lo bloqueó. Obviamente, ésta es una forma de oscurecer y anonimizar el poder económico, lo que interesa mucho a la industria, las finanzas y los oligarcas de la industria de servicios.
Algunas de las empresas agroquímicas más poderosas del mundo se preparan para unir sus fuerzas, lo que les otorgará un control aún mayor sobre mercados alimentarios esenciales. Aunque a la Comisión Europea se le ha encomendado el papel de “guardiana de la competencia”, su historial en la aplicación de las normas sobre fusiones hasta la fecha confirma una fuerte postura favorable a la concentración.
No hay ningún otro ámbito político de la UE en el que se hayan fusionado competencias ejecutivas, judiciales y legislativas tan amplias en una entidad no elegida: la Comisión Europea. El resultado es que los responsables democráticamente elegidos no desempeñan ningún papel formal en el curso general de la aplicación de las normas de competencia de la UE.
Paradójicamente, mientras que los cárteles que reducen la competencia en áreas específicamente acordadas son ferozmente perseguidos, se estimulan las fusiones y adquisiciones que eliminan permanentemente toda competencia. La Comisión ha legitimado su postura favorable a la concentración aludiendo a los efectos de sinergia, como la reducción de costes y, por tanto, de precios para los consumidores, la innovación de productos y el desplazamiento de estructuras de gestión ineficaces.
Sin embargo, las grandes empresas transnacionales han sido las principales beneficiarias hasta la fecha, y las empresas más pequeñas y menos competitivas se han visto perjudicadas. Así pues, la política de la Comisión de consolidación del poder económico en un número cada vez menor de empresas transnacionales no beneficia ni a los consumidores ni a la sociedad en general.
Profesor titular de Economía Política en EHU/UPV