No acaba uno de enterarse de cómo va esto de los comodines. Mayormente, del de ETA y del de Franco. Es curioso (de acuerdo; en realidad, no tanto) que, según la facción que sienta picor cuando se trata de recordar el imperativo de respetar la memoria de las víctimas del franquismo o de la banda terrorista, salga la socorrida acusación de estar tratando de desviar la atención con el mentado comodín. Así, si denunciamos que la fachunda de Vox y PP se cargan las leyes de Memoria Democrática en varias comunidades en las que gobiernan en comandita, los aludidos se hacen los ofendidos y nos vomitan que ya vale de sacar en procesión el espantajo del bajito de Ferrol. En la viceversa, si afeamos que el candidato de EH Bildu a lehendakari se niegue entre titubeos a considerar a ETA como organización terrorista, el disciplinado ejército de propaganda “soberanista” (nótense las comillas) carga con todo por poner en solfa la obviedad como la copa de un pino, bajo el argumento pestilente de que ETA dejó de existir hace diez años y que ya está bien de embarrar el campo. Nota al margen: ¿compramos, entonces, que Franco murió hace casi medio siglo y que no hay que reabrir las heridas del pasado? No, no y no. Basta ya de comuniones con ruedas de molino. La memoria es la memoria y, a riesgo de ser linchados en el estercolero de las redes sociales (para mí es un honor que me aticen igual los unos que los otros), hay que mostrarse firmes en su defensa. Algo que no es en absoluto difícil para quienes tenemos acreditada la denuncia sin tapujos de la violencia de los falsos gudaris con la misma firmeza que la que ejercieron los aparatos policiales y parapoliciales al servicio de gobiernos de diferente color, empezando por el del partido que lidera el ejecutivo español actual. ¿Que si estamos nerviosos? Jodó petaca, es que es como para estarlo. Nos jugamos, entre otras cosas, el futuro de este país. Y su memoria.