A una de mis hijas le da miedo morirse. Cómo no. La vida no está preparada para la muerte, ni nosotras tampoco. Nos creemos eternas y no lo somos. Estas últimas semanas, la muerte ha sido recurrente en mi entorno. Han fallecido varias personas, algunas que conocía y adoraba y otras del entorno de personas que conozco y adoro. Una buena amiga ha perdido a su madre, después de una enfermedad que iba minando su respiración al mismo tiempo que su ánimo.
Una antigua compañera también ha despedido a la suya, tras otra larga enfermedad durante la que fue su cuidadora, con todo el peso silencioso que conlleva el cuidado, incluso cuando ella misma recibió un durísimo golpe de salud. El hostelero que nos acogía como a sus amigas en nuestras retransmisiones de radio, siempre enérgico, siempre jovial, ha fallecido injustamente joven.
Mi profesora de parvulitos que fue, es y será mi favorita, se fue después de años y años enferma, con el cuerpo devastado pero la sonrisa intacta. Mi hija nos pregunta cuándo nos moriremos, quién lo hará antes y cuándo le tocará a ella. Yo le digo que no lo sé, pero que espero y deseo que sea dentro de muchísimos años. No puedo contestarle otra cosa.
Me gustaría que estuviera atenta contra todo lo que nos invade por encima del disfrute puro y simple de estar vivas y estar bien. Me gustaría que le diera esquinazo al tiempo y le robara todas las horas que pudiera, para estar con quien quiera y hacer lo que le haga feliz. A vosotras, que habéis perdido estos días tanto tan deprisa, espero de corazón que superéis el desaliento; la muerte carece de lógica en nuestra mente emocional.
Espero que pronto podáis construir de nuevo a la persona que se ha ido con los mejores recuerdos, para llevarla con vosotras para siempre. Y a ti, pequeña mía, seguiré sin poder darte una respuesta, pero procuraré que este viaje de tu vida merezca la pena.