Llega la inevitable cuesta de enero, la vuelta al cole, al trabajo. Las luces navideñas se apagan para dejar en tu salón un pino que recogerás en marzo y un trimestre cuyas próximas vacaciones ni se ven de lo lejos que están. Sin embargo, aquí estoy yo para desearte sólo cosas buenas. Deseo que regreses de esta montaña rusa navideña descansada y, si no, que tengas pronto oportunidad de tener tiempo para ti, porque la soledad elegida es la mejor de las soledades. Deseo que hayas recibido ese regalo que esperabas, sea material para que lo disfrutes a diario o inmaterial para que vaya siempre en tu corazón. Deseo que sigas teniendo ganas de brindar por las cosas que parezcan imposibles porque, en el fondo, son las que nos dan cuerda para tirar adelante venga la cosa como venga, para dar color a nuestra vida, a veces monótona o en sospechoso riesgo de carecer de chispa. Deseo que este año te aguarden buenas sesiones de risas, con esas personas con las que reír siempre merece la pena. Te deseo salud, porque, aunque parezca una abuela, sin duda es lo más importante, vaya si lo es. Te deseo música a raudales, porque la que canta, su mal espanta, y la que baila como las locas tiene más años de vida en cartera, seguro. Te deseo una buena charla, quizá para desatascar por fin aquel malentendido que ya huele a rancio, quizá para mandar a paseo con diplomacia a aquella persona que te tiene frita, quizá para confesar de una vez lo que parecía inconfesable y comprobar que el mundo sigue girando. Deseo que te quieras mucho y que te quieran más, porque siempre hay alguien que está pendiente, aunque no nos parezca o no nos demos cuenta. Te deseo que sepas que eres imprescindible en este mundo, ahora y siempre, aunque nos digan que no. Y, como leí el otro día no sé dónde, te recuerdo que estamos en esta vida también para disfrutar. Así que, por favor, no te distraigas.