Acaba de pasar un día importante pero triste a la vez para el feminismo y para la izquierda en su conjunto, el 8-M, día internacional de la mujer.

Un día que debía ser de lucha por los derechos de la mujer, por la igualdad, por la justicia, juntas y que este año se ha celebrado con división y enfrentamiento, para regocijo de las diferentes derechas y los machirulos de turno.

La izquierda pone la alfombra roja (o azul) a la derecha

La izquierda no escarmienta en sus veleidades suicidas y las traslada esta vez al movimiento feminista debilitándolo.

Se han visto por las calles dos manifestaciones, dos posturas confrontadas al límite en la tristemente famosa ley del solo sí es sí. Mal rollo, desangrándonos en la contienda.

Este 8-M debiera haber sido precisamente para celebrar, para sentirnos orgullosas de la ley y pasear por esas calles de nuestros pueblos y ciudades con una sonrisa en la boca satisfechas como personas, hombres y mujeres, por el trabajo bien hecho.

No ha sido así porque no ha habido demasiados motivos de celebración. Se han visto caras serias, rostros crispados y si ambos sectores de la izquierda se han cruzado en algún momento, quizás algún mal gesto, o palabras malsonantes, incluso en el propio debate de la reforma de la ley en el hemiciclo del Congreso.

Esa votación nos ha dado una foto para la vergüenza. No porque el PSOE vote junto a PP y PNV por un lado y Podemos con Bildu y ERC por otro, por cierto, con la abstención de Vox, sino porque ha visualizado una división ficticia en la izquierda y en el movimiento feminista.

Ficticia, porque no existen diferencias de fondo. ¿Alguien deja de reconocer que esa ley era necesaria, imprescindible? No. ¿Alguien no entiende que se cometió un error que abrió un resquicio para beneficio de canallas? No. ¿Se debía reformar para cerrarlo? Sí ¿Esta reforma ataca el consentimiento? No.

¿Por qué, entonces, esta batalla? ¿Por motivos electoralistas? ¿Por infantilismo y/o cabezonería? Todas deberían reflexionar a partir de ahora y trabajar juntas para retirar la alfombra roja que han puesto este 8-M a las derechas, para llegar al poder en mayo y diciembre.

Así no, así no.

Pero no ha sido el único asunto en el que esa lucha suicida se he representado. También en la denominada ley trans, o anteriormente en momentos puntuales con asuntos de relevancia que al final se pudieron subsanar por la mano izquierda, que ha faltado esta vez, de Yolanda Díaz o Félix Bolaños.

¿Viene la diferencia pues de las personas implicadas? ¿Cómo es posible que los asuntos concernientes a Díaz, Bolaños, o Calviño se resuelvan y consensuen pero no con los de Montero (Irene) o Belarra?

Parece que la respuesta es evidente, porque estas últimas obedecen ciegamente los dictámenes del gurú de Podemos, un Pablo Iglesias que está dispuesto a pasar a la historia como la persona que más daño ha hecho a las izquierdas en la democracia.

En su pedestal, en su lugar de sumo sacerdote, protegido y probablemente dirigido por un personaje siniestro y peligroso como el empresario de la comunicación Jaume Roures, distribuye las consignas que debilitan y ponen en peligro a un novedoso, hasta su llegada positivo, gobierno de coalición.

Quizás inspirado por el odio que ambos manifiestan hacia un PSOE mayoritario en el campo de la izquierda.

Como anécdota, recuerdo aquel no tan lejano principios de 2011, poco antes de su muerte, donde Enrique Curiel me informaba de una comida a la que le convocó. En ella le proponía, junto a profesores de la Universidad de Madrid, Barcelona y Valencia del ámbito socialista, montar un PSOE bis con él a la cabeza. Conocía que en aquel instante estaba en plena crisis de militancia. Pero pinchó en hueso y Enrique se negó, según me comentó telefónicamente al finalizar la misma, porque las condiciones que proponía eran inadmisibles, desde el punto vista ético y de su lealtad al partido. Me consta que Enrique escribía todo y sé que algún día tendré acceso a los apuntes sobre las condiciones de aquella comida. Posteriormente fueron otros profesores de la facultad de políticas, probablemente con menos rigor intelectual y ético, como Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, los que fueron capaces de aceptarlo. Así surgió Podemos.

Ahora conocemos el nuevo proyecto de ambos, Canal R(e)D, y quienes defendemos la necesidad de que las diferentes izquierdas se entiendan para evitar el acceso de la derecha extrema y extrema derecha al poder, nos echamos a temblar, imaginando el inmenso daño que desde ese altavoz puede hacer a ese proyecto.

La misión de aquí a mayo y después hasta diciembre de las diferentes izquierdas y las fuerzas progresistas como PNV es limar las asperezas, consensuar las diferencias, avanzar para culminar todos los proyectos que beneficien a nuestra base social que es la mayoría de la sociedad.

La alternativa ya sabemos cuál es, si fallamos será la llegada de una derecha extrema junto a la extrema derecha. Los gobiernos de Castilla y León y Madrid nos enseñan su resultado y sus efectos.

Nos debe tranquilizar que al menos hoy llegan mensajes de sensatez. De Pedro Sánchez indicando a sus ministros que nada de confrontación, que el gobierno de coalición se debe salvar y de Yolanda Díaz con su punto de lucidez en la otra orilla.

Hay que aguantar el chaparrón, resistir el impacto. Lo duro parece que ya ha pasado. ¿Ha producido daño? Indudablemente. ¿Ha habido sangría de votos? También. ¿Es posible recuperarlos? Sí, siempre que nos dejemos de zarandajas e insensateces. Si Lenin señalaba con acierto “izquierdismo enfermedad infantil del comunismo”, con dosis de sensatez y madurez se puede y debe sanar. Ojalá esa lucidez llegue al sumo sacerdote, o al menos que sus iluminaciones cada vez se escuchen menos en esa otra izquierda, porque necesitamos a ambas y también a las periféricas.

La esperanza es lo último que se pierde. Retiremos entre todos esa alfombra azul y pongamos de nuevo la roja que tanto bien ha hecho estos años. Veremos.