De repente, anocheció en Ferraz. Y en Moncloa tronó. La peor pesadilla en blanco y negro: vuelven los calzoncillos de Roldán. Otra vez socialistas revueltos entre prostitutas, bacanal, mordidas, tráfico de influencias y copas de lujo. El virus interminable de la corrupción. Esta vez era el canario Tito Berni y su banda de variopintos malhechores. Qué más dan sus nombres, como diría en su desafortunada intervención Patxi López, si el mal ya está hecho. Una bomba suicida atada al corazón de las expectativas electorales del PSOE. El impagable balón de oxígeno que jamás imaginó el PP, atrapado estos días por esa hilarante moción de censura de Vox que tanto incomoda, y con razón, a Núñez Feijóo, el banquillo del Supremo para el inefable Casero por sus artimañas en sus años de alcalde y esas correrías vomitivas de Fernández Díaz y sus esbirros con los whatsapps incendiarios contra Podemos y el independentismo.
Jamás pudo imaginar Sánchez que unos golfos de idéntico carné de afiliado le amargarían el resto de legislatura de manera tan espuria. Exasperado el presidente por el desgaste incesante de las rebajas de pena a los depredadores sexuales, soportando con las vísceras el desafiante pulso de su socio, reticente a la imprescindible reforma de una ley desvirtuada, vienen estos crápulas y le arruinan su pedigrí gestor, le voltean sus fundadas expectativas. Esta sangría resulta difícil de taponar por escandalosa y pendenciera. La onda expansiva de su desvergüenza desquicia a la indignada sala de máquinas socialista. Las previsiones para el 28-M de Santos Cerdán, más centinela que nunca con el látigo en la mano, saltan por los aires.
En este escándalo, hay que seguir la pista a la Guardia Civil. El Cuerpo tiene todas las claves. Maneja los tiempos. Las correrías no son de ayer y estallan ahora, con las urnas a la vuelta de la esquina. Como si algunos maquinaran una venganza justiciera de cuitas pendientes, enviar un recado envenenado al Ministerio del Interior. Bien es cierto que tienen en su cesto la aborrecible manzana podrida de un maleante general, de trayectoria poco edificante entre amantes, dinero en una caja de zapatos y un manejo fraudulento de fondos europeos que deparará poco a poco borrascosas sorpresas, pero todos hablan del caso Tito Berni, ese socialista descarriado. La desazón en el PSOE resulta fácil de entender.
En defensa propia ante la vorágine, Sánchez esgrime que en apenas 16 horas expulsaron del partido y dejaron sin acta a este diputado degenerado. Que concurrirán como acusación particular en la causa. A una ciudadanía harta de tanta miserable depravación todo le resulta insuficiente. Por eso los socialistas temen el castigo de la pérdida de confianza. El riesgo es fundado. El PP ya lo sufrió en carne propia y así se explica el júbilo por el mal ajeno. Mientras las gargantas profundas de los cuarteles destrozan los nervios del socialismo, el desahuciado político Alberto Casero va camino del banquillo del Supremo. El popular que impidió con su voto equivocado la derrota más flagrante del Gobierno de coalición deberá responder por prevaricación en sus años de alcalde. La vertiginosa caída desde el precipicio hacia la nada. La corrupción corroe sin tregua a los dos partidos mayoritarios.
Casero, apestado en el partido desde su fatídico error, desafiará a las pruebas incriminatorias para evitar la condena en medio de un clima desfavorable para los gestores infaustos. Lo hace también Laura Borràs ante la clara evidencia de las acusaciones testificales porque la inhabilitación y la cárcel la acechan por su tendencia a la prevaricación.
Ni siquiera el sonoro portazo de Rafael del Pino eclipsa para el gran público el estrépito al que se asiste en estos días, y los que quedan. Ferrovial se va sencillamente a la búsqueda de más negocio que le sacie sus apetencias expansivas. Por eso, las ácidas críticas al débil patriotismo, la fiscalidad amable o la inseguridad jurídica son patrañas en un caso y disculpas enrabietadas, en otro. La tercera fortuna española seguirá tributando aquí tan religiosamente como es su caso, mientras sus Sicav millonarias lo hacen en País Bajos. La maniobra representa un golpe bajo a la imagen competitiva del país, pero tampoco para rasgarse las vestiduras. El mercado sigue teniendo en cuenta las ventajas tributarias. Desde el año 2000, el impuesto de sociedades le sale gratis a Ferrovial y nadie del Gobierno se lo echó en cara. Moraleja: no se va para pagar menos.