Hay que ver la que ha montado Marie Kondo. La gurú del orden ha reconocido con su tercera criatura que la infancia no es compatible con la pulcritud, dejando en la estacada a miles de seguidoras. También te digo, Marie, ya has tardado. Porque cualquiera que tenga hijas sabe que son sinónimo de caos y, o lo aceptas o te da el ataque y, aún aceptándolo, te da. Pero me maravilla esa querencia a depositar ciegamente nuestra fe en cada nueva persona que nos promete la felicidad a cambio de hacer ésto o lo otro. Marie ha sido muy lista al convertir su TOC en negocio. Nos dijo que la paz interior era posible vaciando nuestras casas de identidad y recuerdos y nos vendió después sus jarrones, qué pillina, Marie. Sin embargo, has visto la luz y ahora contradices tus propias teorías. Y tus miles de seguidoras, ansiosas de conseguir el equilibrio vital haciendo cosas que, generalmente, no tienen nada que ver con sus problemas reales, te preguntan: ¿Qué hacemos, oh, Marie? Porque ayunamos sin control, abrazamos filosofías milenarias, hacemos deporte hasta morir, o nos metemos huevos de cuarzo en nuestra vagina para estar conectadas y proyectar esa energía que disipe los roces con la pareja, el maltrato de nuestra jefa, las disputas con nuestras hijas… Nos dicen: eres el origen de tus problemas y también la solución. Y a mí estás filosofías me chirrían un poco porque, si bien sentirse bien con una misma es importante, no tienen en cuenta un pequeño detalle: que somos seres sociales, vivimos en sociedad y las demás influyen en mi bienestar o malestar, en mi futuro, en mis decisiones. Marie lo ha reconocido con su tercer criatura. Otras lo hacen cuando aceptan que su enfermedad no se cura sólo bebiendo kombucha. Otras, simplemente, no lo hacen. Y el peligro de fiarlo todo a una piedra en la vagina o a un armario impecable es la absoluta, desoladora y aplastante soledad.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
