Todo sigue igual. No hay propósito de enmienda. El verbo incendiario del PP contra Sánchez hasta los límites conocidos en el casadismo más extremo. Las fronteras blindadas entre izquierda y derecha hasta su incomunicación manifiesta. Podemos mirando de reojo los movimientos de Yolanda Díaz hasta caer en la desconfianza. El PSOE cubriéndose de las guerras autonómicas en torno al Tajo-Segura hasta llegar al enfrentamiento manifiesto y nada alentador entre Puig y Page. El CGPJ inmovilizado como siempre hasta causar hastío en medio de la indiferencia social. Y en el medio, el bluff decepcionante de la pírrica rebaja del IVA de los alimentos básicos mientras la ciudadanía mayoritaria sacudía su cartera con risuelta ligereza, amparada por un ansia desaforada de vivir como si el mundo se fuera acabar.
Sánchez lleva camino de desquiciar a Feijóo. Había depositado el PP y sus gurús toda su esperanza en la apocalipsis de la economía de bolsillo fácil. Como si fuera el principio del fin del Gobierno de coalición. Puro espejismo. Ebullición en los comercios, calles atestadas de bolsas de regalos, restaurantes de todo tipo y condición con reservas a quince días vista, agencias de viajes saturadas. Dinero por doquier. ¿Quién dijo miedo? Jaque mate a la inflación y tampoco tenemos tanto miedo a la subyacente. Este es el cuadro de situación generalizado que desplaza a las largas colas del hambre y a las desbordantes listas de la vulnerabilidad. Ante situaciones así, la capacidad de voltear a Sánchez y los suyos es mínima.
Eso sí, siempre quedará la polémica de los fijos discontinuos para tomar la temperatura a la economía del país. Asemejan, bien es cierto, una nueva clase social. Son ya medio millón, como si fueran una nueva casta. Suficientes para engordar la enésima pelea entre Gobierno y oposición. O, tal vez, simples fuegos de artificio cuando se tienen los datos en la mano de la creación de empleo. Pareciera que el PP se pega otro tiro del pie de los que acostumbra con este tipo de polémicas estériles que no tienen medio día de discusión ni en las redes ni en las tertulias. En resumidas cuentas, ahora hay menos paro. Se acabó el dilema.
Sin hueso que roer en la economía, a la oposición siempre le quedará el brazo armado judicial. Ese reducto de un frentismo descarado contra el régimen establecido, por supuesto siempre que sea de izquierdas. Una apuesta numantina del PP que no le aportará rédito alguno, pero que le entretiene como un juguete navideño. Feijóo ha elegido esta vía para el ataque furibundo contra el Gobierno sanchista en lugar de apostar por un discurso propositivo en materia económica y social, incluso hasta territorial si fueran estratégicamente atrevidos. Desgraciadamente para sus intereses, es mucho más fácil denigrar con un lenguaje soez la capacidad democrática de un presidente elegido por el Congreso que esbozar un acrisolado plan de atención socioeconómica para atender la salida de la crisis. Así es mucho más fácil acercarse a la derrota final. Además, tampoco te ayudan la imagen endiablada de ese concejal casposo coreando canciones falangistas ni siquiera amparado por los efluvios propios de estas fechas entrañables.
Asoma un año insoportable por el ruido ensordecedor. Augura más madera. El recurso vacuo de la impotencia. No tardará en llegar una vez que el Congreso recupere la actividad, dentro y fuera. Dentro por la llegada de nuevas iniciativas legislativas que adivinan cruentos enfrentamientos ideológicos, a los que no serán ajenos los dos socios de propio Gobierno. Fuera, porque llega el tiempo de que Ciudadanos dibuje el tempo de su pronosticada defunción. Y en el medio, las dos grandes incógnitas futuribles de los tiempos que corren: el tripartito en Catalunya y la suerte de Podemos-Sumar.
Llega el momento de Yolanda Díaz. Una espera rodeada de indescriptible expectación, necesidad, morbo y revanchismo. Nadie como Pedro Sánchez suspira más por su triunfo moderado cuando lleguen las próximas generales, que no las municipales de mayo. Nadie como Podemos suspira más por conocer la magnanimidad de esta política gallega cuando se trate de definir las candidaturas. Nadie como la propia interesada en imponer sus ritmos y sus métodos en una nueva arquitectura electoral que, ahora mismo, no deja de ser una absoluta incógnita y un desiderátum intelectual. Pero empiezan a agotarse los plazos de la cuenta atrás del proyecto que, sin duda, puede definir la suerte del próximo Gobierno español.